Pero llegaba después la obra deseada, a la que siempre había de confiar el corazón de Pilarito sus tristezas. ¿Por qué sin alcanzar un dominio del arte que la permitiese expresar con ajustada norma la idea pujante del genio, derramando en la obra maestra toda la pasión que el númen musical exigía y había inmortalizado, instintibamente ejecutaba Pilarito aquel tema de inspiración y dolor a un ritmo inesperado y profundo que su tristeza ponía en las notas, ampliados los silencios, vibrantes los gemidos
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Tema de dolor era su obra. Quizás, únicamente, en fuerza de pasar sus ojos por las notas desoladas que las alas del genio estremecieron, antes de plegarse bajo la fuerza abrumadora del dolor humano, los dedos de Pilarito, pálidos aún, conseguían pulsar con vibraciones de artista la obra dificil de ser interpretada con el ajuste y el vigor que requería la creadora grandeza de una mente gloriosa. Confiando al piano las lágrimas que acaso un resto de esperanza no permitía derramar a sus ojos; dejando antes dormir en el teclado un sinnúmero de notas que no respondían a su estado de amargura; sin que las ideas melódicas renunciasen a ocultar su atropellada fuga de lenguaje íntimo y tierno que el alma entristecida rehusaba darlas, emtraba pronto el espíritu en la región familiar del dolor silencioso, del sufrir callado, en que sin saber por qué se asociaban los ajenos pesares a la resignada expresión del propio sentir, confundiéndolos todos en una sola tristeza, de la que eran eco los sones profundos, los murmullos contenidos de un tímido vibrar, hasta que una nota trémula, aislada como lapso de un suspiro, cortaba la narración del dolor hecho harmonía y se negaba a dar paso al torrente de ilusiones que hacía resurgir el poema, pretendiendo inundar la estancia misteriosa, la calle solitaria y obscura, con nuevas ráfagas de vogorosa pasión, de eterna juventud.
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