Diz que más de una noche, con su padre a solas, díjole Mariuca:
-Acuéstate, padre.
-Deja que pase la ronda de los mozos.
-Es que más tarde vuelve a pasar.
- ¿También eso oiste?
Oir aquello era saber cómo la cortejada daba fin y remate, al usaje del país, con llena de estribillos y tonadas para despertar a las mozas que, esperando, se habían ya dormido.
-Acuéstate, padre.
-Deja que pase la ronda de los mozos.
-Es que más tarde vuelve a pasar.
- ¿También eso oiste?
Oir aquello era saber cómo la cortejada daba fin y remate, al usaje del país, con llena de estribillos y tonadas para despertar a las mozas que, esperando, se habían ya dormido.
Menos abondó el contento que antes la pena del mozo cuando un día pudo aínda platicar, junto al puente de la torga, con la zagala. Echóle en cara Mariuca aquel decir atento al su honor, la culpa de aquel llorar suyo, sin poderse valer para ocultárselo, y aquel morirse de andar en lenguas y la vergüenza de parecerse oir el su nombre en tonadas y cantares. Juraba y perjuraba el mozo que él nada hubiera dicho; que de todo era firme razón la costumbre, y ella sola bastaba; que, tal como no hubieran extrañado que así fuese, nadie podía creer que no fuera así, y más al tanto de que en todo creían hallar esa razón, con la vergüenza luego de haberse pasado la pobre niña por lo que vosotras rapazas, bien sabéis, sin atinar a hallar para su culpa fuero bastante en toda costumbre. Y tanto parló el mozo en aquel encuentro, que en él lloró la cuitada por una honra que no había perdido. ... (ver texto completo)