Bien hacéis en llorar vosotras. Ella, aun sintiendo írsela el vivir, temía no morir ya, muerta su ventura. Acaso éste fuera el único bien que su pena lograra, el de acabar con la vida. Y tan linda diz que estuviera entonces, con sus lágrimas, como antes con la gloria del su reir; que parecía tal una virgen la que moría por ya no serlo. Sus ojos, aquellos pedazos de cielo oscuro, soltaban sin espera el rocío que secara las rosas de otro tiempo, tan cercanas a la flor de su boca, al brote del su reir. ... (ver texto completo)
Clama el viejo narrador contra aquella costumbre, de un continuo retoñar en las mozas de hoy. Acaso la iracundia de sus palabras revele que andubo prendado de la linda forastera, y el tono de su narrar se imite a un sollozo por la suerte de la niña gentil. Acaso esta memoria le traiga algún remordimiento por haber gozado también de aquella costumbre en sus mocedades. Ello no le ha consentido cejar en su condena de aquel uso, que a las mozas de ahora las hizo traer su origen de otras hembras que sin amor fueron madres cuando al no amar le plugo. De tales madres, quizás, han nacido las zagalas que el relato escuchan, el mozo seductor, el viejo relatante.... y los allí reunidos quizás lo sospechan todos. Viéranlo de niños, desde los primeros años de su juventud comenzaran las prolongadas vigilias de la pasión a flor de piel, supliendo la suprema libación, vedada por el cálculo de la hembra, siempre con fortuna, ante el paroxismo del deseo que acechaba, siempre también, el abandono de la carne femenina. Y, por que el viejo bien lo sabe, aún resuenan los ecos de su voz arrepentida, con el temor de quien piensa en la muerte. Aún se oyen sus acentos de indignado peasr cuando el anciano se ha dormido, mientras sigue corriendo silencioso el llanto de las zagalas. Y cuando éstas contemplan su sueño, en tanto hilan calladamente, surge la copla afuera, para anunciar que se acerca la ronda de los mozos. El hilandero da fin, porque la mocedad aguarda, cual de costumbre. El cantar vibra como a compás del alma que arde en alientos de impendada bravura: la de algún zagal que por suerte cree que le llevan a matar moros. ... (ver texto completo)