Seguimos con el cuento
Pero llegó un día en que no necesitaron decirle más: no quiso oírlo. Ya era bastante. En el corazón se le clavaron aquellas palabras, el saetazo mayor, el último.
-Buena proporción, ¿eh? Por bonita, se la tiene. Pero tenga cuidao, no se le escape un día.
El barquero comprendió la gravedad que encerraba aquella advertencia. Se trataba de su hija y de algo que hondamente afevtaba a su honor.... Y vió zozobrar su honra con la misma facilidad con que zozobraba la barca en ... (ver texto completo)
Pero llegó un día en que no necesitaron decirle más: no quiso oírlo. Ya era bastante. En el corazón se le clavaron aquellas palabras, el saetazo mayor, el último.
-Buena proporción, ¿eh? Por bonita, se la tiene. Pero tenga cuidao, no se le escape un día.
El barquero comprendió la gravedad que encerraba aquella advertencia. Se trataba de su hija y de algo que hondamente afevtaba a su honor.... Y vió zozobrar su honra con la misma facilidad con que zozobraba la barca en ... (ver texto completo)
¡A seguirla! ¡A saberlo todo!.... La siguió, y todo los supo. El río había sido una barrera insufuciente para resguardar su honra. Era inútil que el río estuviese por medio: su misma hija utilizaba la barca, como puente móvil, para el paso de su amor.
A bien poca distancia, cada uno en una orilla, esperando los dos la llegada del amante.
- ¡Don Guillermo! -murmuró el tío Basilio, con el corazón henchido de rabia, roto de dolor.-Si, D. Guillermo. Él era....-Y le vió pasar el río con su hija, y, juntos los dos, muy juntos, dirigirse a la alameda, para continuar allí la entrevista amorosa. Allí entre los árboles, quedarían los girones de la honra despedazada.
Se ahogaba el pobre viejo; una congoja mortal le oprimía. Sus ojos parecían medir espantados la vereda que había recorrido aquella pareja feliz, antojándoseles una órbita terrible aquel escaso trecho de amosr y senda al propìo tiempo de la infamia. ... (ver texto completo)
A bien poca distancia, cada uno en una orilla, esperando los dos la llegada del amante.
- ¡Don Guillermo! -murmuró el tío Basilio, con el corazón henchido de rabia, roto de dolor.-Si, D. Guillermo. Él era....-Y le vió pasar el río con su hija, y, juntos los dos, muy juntos, dirigirse a la alameda, para continuar allí la entrevista amorosa. Allí entre los árboles, quedarían los girones de la honra despedazada.
Se ahogaba el pobre viejo; una congoja mortal le oprimía. Sus ojos parecían medir espantados la vereda que había recorrido aquella pareja feliz, antojándoseles una órbita terrible aquel escaso trecho de amosr y senda al propìo tiempo de la infamia. ... (ver texto completo)