"Canales-La Magdalena" Un solo pueblo

Y comenzó la porfía extraña: el sonar de las voces y reniegos que lanzaban los mozos, animando
Foto enviada por Coral


Y comenzó la porfía extraña: el sonar de las voces y reniegos que lanzaban los mozos, animando desesperadamente a las reses; el devolver los ecos de aquellas peñas, como surgidos del abismo, los gritos de coraje; el azuzar de las hijadas a las bestias con ahínco, sin compasión; el toparse ciegamente los bueyes con los cuernos en las contrarias mullidas; el golpear siniestro de las esquilas en la lucha; el resbalar y doblarse las patas, próximas a romperse, bajo los cuerpos ondulados por el ímpetu ... (ver texto completo)
Bautista se inclinó sobre el carro al borde de la inmensa grieta por donde había desaparecido el rival, mientras los bueyes, temblorosos aún, resoplaban al sentir el aguijón de las heridas recientes. Así estuvo el mozo algunos instantes, contemplando el precipicio encubridor del misterio. Ya estaba vengado. ¡Adiós! La moza garrida esperaría inútilmente el cortejo de aquella noche. Que esperase, ya que a él no le había querido esperar.
Volvió a su paz agreste el desfiladero. Continuó su descenso Bautista. Al pasar junto al sitio, cerca de la pronunciada curva, en que bramaba el torrente, entonó a media voz una copla, por fuerza de la costumbre, para que el ganado no se resabiase y prosiguiera tranquilo su marcha. Terminado el canturreo, se echó Bautista a llorar con hipo y angustia. El carro siguió con pausa chocando contra las aristas de aquel suelo rocoso; llegó a la revuelta, la dobló lentamente…….

FIN. ... (ver texto completo)
Y comenzó la porfía extraña: el sonar de las voces y reniegos que lanzaban los mozos, animando desesperadamente a las reses; el devolver los ecos de aquellas peñas, como surgidos del abismo, los gritos de coraje; el azuzar de las hijadas a las bestias con ahínco, sin compasión; el toparse ciegamente los bueyes con los cuernos en las contrarias mullidas; el golpear siniestro de las esquilas en la lucha; el resbalar y doblarse las patas, próximas a romperse, bajo los cuerpos ondulados por el ímpetu del choque, hasta que el carro de Argímio empezó a celar; quedó una rueda en el vacío, luego la otra; el mozo dio un grito espantable; el peso del carro arrastró al yugo, y todo, en revuelta masa, cayó al hundido lecho del río con rápido volteo. ... (ver texto completo)