Buscando la sombra, huyendo de aquel ambiente de asfixia, procuraban las jóvenes lugareñas distraerse algunos momentos en la plaza, charlando sin descanso, entre risas y guiños maliciosos, y contemplando a los mozos, que jugaban en mangas de camisa.
Ya sabían ellas la novedad. José María, el hijo del médico, se hallaba en francaconvalecencia, y su padre le permitía salir a divertirse. Allí estaba, entre sus camaradas, con aquella expresión siempre atractiva de su semblante, que, sin embargo, únicamente
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¡Que había tenido fiebre! ¡No era mala fiebre! Menos mal que ya iba en cura; pero, a poco, hubiérasele contado muerto por culpa de aquellas madamas de la ciudad. ¡Tan guapo que era el muchacho y el color tan fino que tenía! Bien que guapo lo estaba también ahora, con aquellos ojazos triestes, aunque tan paliducho. pero era tan buen mozo, tan gallardo.... Un junco parecía. Milagro que no le habían matado aquellas pécoras.
Cuando vieron las muchachas salir de la iglesia a los curas, fuéronse hacia la casa del presidente del pueblo, donde la mitad de éste, por seguro. se hallaba convidada, sin contar la gente forastera. El presidente, padre de una guapa moza que celebraba su santo en aquel día de la Asunción y había invitado a comer a todas sus amigas, no gustaba de hacer las cosas a medias. Ni siquiera los sacerdotes, tan suyos siempre en todo, habían podido excusarse. Convidaba él, como presidente y como padre, a comer en su casa, y no había que hablar más. ¡Allí todo el mundo! Lo mandaba el tío Senén, que no admitía réplicas.
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