Querida María Jesús:
Antes de pasar a reflexionar, en alto, sobre tus escritos, primero quería manifestarte que yo no soy quien ni tan siquiera soy poseedora de nada, que no sean mis actos o mis palabras sean con el verbo o escritas, para ofrecerte ningún espacio; y así por ello no merezco tus gracias. Pero, eso sí, me reitero en congratularme en que este espacio esté abierto para todas las opiniones y me enorgullece contar con la compañía de una persona como tú que expresa su sentir con la analítica cordura del sentido común, sin perder la compostura de la persona cabal, que ante la indignación sabe argumentar con el respeto debido a todos los demás criterios, cosa que por desgracia nos es el más común de los sentidos. Por todo ello, soy yo la que doy las gracias a tu persona por reglarnos, con tus escritos, tu presencia, porque eso de la amistad…, ya es otra cosa, algún día también me gustaría contar con ella.
Y ahora pasando a una breve conclusión de tus actos y pensamientos, me encuentro con la semisorpresa, porque algo ya intuía, que tú persona cree, como yo, en la utopía (nada, que sea bueno, es imposible) y que como a mi te gusta tanto soñar (aunque digan aquello “los sueños sueños son”…), que llegamos a soñar hasta despiertas, es más, sobre todo soñamos despiertas, y eso se debe a que sobre todo, y ante todo, y a pesar de todo, creemos en el ser humano y más que en el ser humano, creemos en las PERSONAS.
Esperamos, de verdad, nos sigas regalando tu presencia.
Un fuerte abrazo
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