Y Ahora como no todo van a ser cosas serias... Por gentileza de su autor Juan Morla (el de los castañales) en tres partes, os vengo a contar la historia de "Lucerito"
III parte
Tras un buen rato meditando...
—Yo creo, dijo José Ángel, que a lo mejor entre todos somos capaces de levantarlo y llevarlo en brazos.
Lupina intentó ahogar una carcajada que salió amortiguada.
— ¿Cómo?, preguntó Toño, ¿a la silla la reina?
Las carcajadas de Lupina resonaron por toda la Vega.
— Pero cómo vamos a llevarle así si no podemos darnos las manos por debajo del burro, contestó Luis Ángel.
— Calla, calla, que no es tan mala idea, interviene el otro Toño. ¿Y si con dos estacas probamos a hacer unas andas para transportar a hombros al burro? ¿Quién dijo que cinco tíos de Canales, que cinco Canalones, no iban a poder con medio burro?
Mientras Lupina se sujetaba el vientre desternillándose de risa, ellos, como locos se pusieron a buscar dos gruesas ramas y una vez localizadas y escogidas las más adecuadas, juntaron los cintos de sus pantalones e hicieron una especie de camilla que seguro que bien podría resistir el peso del jumento.
No me preguntéis cómo pudieron colocar al burro sobre las andas y como pudieron subirlo al hombro a la de tres. He intentado que Lupina me lo describiera, pero las lágrimas de risa que en aquel momento le saltaban de los ojos, me decía, (al igual que las de ahora recordándolo), le impidieron ver con claridad cómo lo hicieron.
Pero lo consiguieron e iniciaron una extraña procesión por la orilla derecha de la carretera, a la altura de la Vega Grande, compuesta por cinco chavales: dos delante, encabezando la marcha —Luis Ángel y José Ángel— y tres detrás, —Juan, Toño y Toño—, vestidos de domingo, sujetando los pantalones con una mano, llevando a hombros sobre unas andas rudimentarias a un burro, quien, con unas enormes bragas blancas sobre su cabeza y sentado con aire majestuoso y sin inmutarse, contemplaba el paisaje, digno e indolente. Al final, cerrando la marcha iba Lupina que cada pocos metros, sin poder aguantarse, se espanzurriaba de risa.
Y tuvieron mucha suerte, porque cuando chorreones de sudor les corrían por la frente y las fuerzas les empezaban a fallar, acertó a pasar por allí el camión de Transportes Omaña, conducido por Avelino el de Senra y un sobrino de 17 años, hijo de su hermano Caco, que iba con él ayudándole en el reparto, que al doblar una curva se encontraron con aquella insólita procesión; sin dar crédito a lo que veían a punto estuvieron de atropellarlos.
Aunque Avelino pisó el freno a tiempo, fue inevitable que al oír el ruido del camión y los chirridos de los frenos los porteadores del burro se giraran para ver lo que se les venía encima y con esta maniobra no provocaron otra cosa que el que todos se vinieran al suelo, el burro por un lado, ellos por el otro, y Lupina detrás, en el suelo también, tronchándose de la risa.
Al final, tras contar a Avelino el porqué de esta extraña procesión, éste, apiadado del lamentable estado en que se encontraba la pandilla y pensando para sus adentros que todos los mozos de Canales deberían visitar al psiquiatra sin falta y cuanto antes, dejó que subieran todos a la caja del camión, burro incluido, y así llegaron a Canales en el camión de Transportes Omaña, en un corto viaje de apenas unos minutos, deprimidos, agotados, cariacontecidos y abatidos, bajo un silencio sepulcral, roto de vez en cuando por la risa que se le escapaba entre las manos, por más esfuerzos inútiles que hacía, a la buena de Lupina.
Ésta es la verdadera historia del burro de Teresa. Al menos así es como a mí me la han contado.
... (ver texto completo)