Mi hermano mayor se incorporó a mirar por entre las piedras y nostros le imitamos. Vimos entonces a Efrén deslizarse entre los juncos como una gran culebra. Con sigilo trepó hacia el terreplén, por donde subía el último de los chicos, y se le echó encima.
Con la sopresa, el chico se dejó atrapar. Los otros ya habían llegado a la carretera y cogieron piedras, gritando. Yo sentí un gran temblo en las rodillas, y mordí con fuerza la medalla. pero Efrén no se dejó intimidar. Era mucho mayor y más fuerte que aquel diablillo negruzco que retenía entre sus brazos, y echó a correr arrastrando a su prisionero hacia el refugio del prado, donde le aguardábamos. Las piedras caían a su alrededor y en el río, salpicando de agua aquella hora abrasada. pero Efrén saltó ágilmente sobre las pasaderas, y arrastrando al chico, que se revolvía furiosamente, abrió la empalizada y entró con el en el prado. Al verlo perdido, los chicos de la carrtera dieron media vuelta y echaron a correr, como gazapos hacia sus chabolas. ... (ver texto completo)