Comenzaba la buena época, el verano. ¡Oh, y que gordo y rozagante se ponía entonces! ¡En invierno, ni asomaba un viajero la cabeza, ni abrían las ventanillas, ni menos arrojaban el más pequeño desperdicio fuera del tren, Aquello era morirse de necesidad. En cambio, con el buen tiempo, todo eso venía de contado.
Yoli: cuando encuentres lo que buscas ya nos dirás, mientras tanto y como ya he cenado me voy a poner un ratín con el cuento.
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JORGE
Subía Jorge a los coches, sólo a los de tercera -sabía él muy bien dónde había de encontrar lo que era objeto de sus constantes preocupaciones-; andaba husmeando por los estribos; miraba con faz hipócrita a los viajeros, para que le echaran alguna cosa que mereceiese la pena de rendirle homenaje, y, si nada le daban, lo tomaba él muy gentilmente así que se presentaba bien una ocasión y se cerraba mal una portezuela. Entonces entraba en los departamentos abiertos, para sustraer la merienda a cualquier viajero que bajase a la cantina, aunque tuviese que esperar a que abrieran de nuevo, al salir, y se viera obligado a arrojarse, con el tren en marcha, a la vía.
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