¡Tormenta segura! Nuevas ráfagas de aire soplaron con ímpetu irresistible, arrastrando consigo sofocantes trombas de un polvo cegador; vió don Luis a varios vecinos correr desolados en opuestas direcciones, crugieron puertas y ventanas al rudo empellón del viento; la tierra pareció estremecerse toda, como sacudida por un temblo extraño, y el firmamento vió cubierto su azul por la imponente mancha gris que, invasora, fué agrandándose, cundiendo en un avance súbito. Salió entonces don Luis de su casa
... (ver texto completo)
Don Luis extendió su mirada por el monótono paisaje de aquellos campos tan sobriamente extensos como por naturaleza fértiles, y vió cabecear las espigas, a los rudos latigazos del viento, en un oleaje furioso. La dilatada planicie leonesa, que brava levemente por ondulaciones tímidas, presentábase uniforme, no tanto por la horizontalidad del suelo, siempre renovada ante los ojos, comp por la absoluta homogeneidad de los cultivos. En aquella soledad inmensa, desnuda de árboles y cuya austeridad penosa dulcificaba el verdor de los sembrados, ponían a una gran distancia su límite las pardas lomas, cubiertas de frondas esteparias, detrás de las cuales, allá lejos, muy lejos, entre la bruma del Norte, la tierra iniciaba su accidentación para erguirse después en irritada crispatura. Fuera de eso, todo era llana inmensidad, prolongada extensión, sumida entonces en una grisura misteriosa y trágica. Arriba, la nube rugiente, que avanzaba entoldando el cielo; abajo, la yerta llanura, tendida en infinita prolongación, y en medio, haciéndose respirar en densas bocanadas, un ambiente de fuego desprendido del sol canicular, implacable, que la nube había ocultado en su seno profundo y lóbrego, del cual llegaban, con fugaces intermitencias, los sinietros ecos de aquel simulador entrechocar de férreos anillos.
... (ver texto completo)