¡Hola chic@s, muy buenos días a tod@s!. Me tenéis que perdonar, por que todavía sigo en mi línea, falta de tiempo....... Pero os prometo que algo si que os leo, así cuando puedo entrar de soslayo..... Y habéis despertado: muchas sonrisas, alguna que otra carcajada y recuerdos, muchos recuerdos. Gracias por compartir todo ello.
He entrado, solo un momentin, para recordaros que hoy es jueves y como cada jueves, no puede faltar "LA ESPUMA DE LOS DÍAS".
Algo más me gustaría deciros, pero será cuando el tiempo me lo permita.
Besazos para tod@s y gracias por estar ahí. ¡SER FELICES!
Os dejo con:
"LA ESPUMA DE LOS DÍAS"
No corrompan las hojas de los robles
JOSÉ L. SUÁREZ ROCA 25/10/2012
Nuestro barrio. Mi barrio es como el tuyo, ambos cabalgan el mismo otoño, beben los mismos cielos. Y son enormes sus silencios industriales. Pero, por suerte o por desgracia, tu barrio y el mío se criaron a la sombra de una soberbia fábrica de cementos (aquí en La Robla, aquí en Toral de los Vados). No te extrañe entonces que se pasaran toda la noche de ayer aullando. Noventa mil toneladas de residuos —plásticos, neumáticos, por no pronunciar otros venenos— serán cada año incinerados en sus hornos. Y con el permiso de la Comisión Regional de Prevención Ambiental, quién lo diría. Un golpazo terrible a los pájaros y frutales que todavía iluminan nuestro barrio. ¿Van a retorcerle el pescuezo, como a un perro que no calla, y arrojarlo al barranco de las putrefacciones energéticas? Sería su corazón un blanquísimo crisantemo enfermo. Le costaría a nuestro barrio subir las noches.
Una pesadilla. Es la alucinación de una guerrillera ecologista. Esa mujer con el cabello desgreñado está mirando desde el balcón de su casa cómo cae la lluvia sobre el campo, la ciudad, la calle del Valle del Silencio. Y recuerda entonces la pesadilla que ha tenido la noche anterior: la visión de un diluvio de légamos y vísceras industriales que descienden de extrañísimos astros en llamas, un sobrecogedor diluvio regional de masas monstruosas que se transforman antes de tocar la tierra en minúsculos buitres, buitres que van picoteándole los ojos, las mejillas, las orejas... Se zafa de esa enloquecida plaga lanzándose al vacío, y no encuentra otro refugio que la chimenea de aquella gigantesca fábrica de cementos de su infancia, desde cuya cúspide, después de gritar una oración indescifrable, acaba despeñándose...
Un textículo. Se puede vivir sin renegar de nuestro pensamiento agropecuario. ¡No saben ustedes lo que valen estos castaños sociológicos, estos mirlos salvajes! ¡Como si nunca hubieran escuchado la mitología de los peces! ¡No corrompan las hojas de los robles y los álamos! Lo racional no sean las cenizas, sea un valle respirable y no un río intervenido por neumólogos. ¡No nos jodan más de lo que estamos! Preferible el excremento de los estorninos. ¡Cabrían millones de jardines verdes ahí, en esas noventa mil toneladas! Ustedes ya me entienden. No se reconstruye un horizonte pastoral tan fácilmente, así que déjense de «valorizaciones energéticas» y demás chapucerías semiológicas. ¡Nunca reunirnos para sepultar estos musgos y geranios en un poema escatológico! ¡No brillen en estas latitudes otoñales las ruinas de sus ruedas y plásticos inmundos! ¡No nos jodan más de lo que estamos!
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