SIGUE:
EL LILAR DEL CEMENTERIO
A la mañana siguiente, pasaba con mucho la hora del alba, que era el momento habitual de levantarse, como el jaque de nuestra historia no diera razón de si, la tía Apolonia, su madre, tiraba escalera arriba para sacarle de la cama.
Y allí lo encontró engurruñido, del todo cubierto con las sábanas, desorbitados los ojos y con un aspecto por demás extraño y aún lamentable y, aunque le apremió a ello llamándole vago con muchos dicteios de análogo significado, no fue para levantarle y, lo que más, tampoco logró hacerle pronunciar ni una sílaba.
Viendo como se retrasaba auello, el padre, que andaba trasteando en el portalón, y ya estaba dispuesto para salir al campo, preguntó a voces:
- ¿Qué le pasa a ese gandul? ¡Dile que si no baja, subo a buscarlo yo!
En tanto, el aludido hacía gestos horribles y grandes esfuerzos para
hablar, más solo conseguía emitir sonidos guturales y no lograba articular palabra.
- ¡Jesús! ¡Parece cosa de magia; creo que se ha vuelo mudo! -exclamó la madre.
- ¡Qué se ha de volver! ¡La pereza que tiene el holgazán, que sabe que hoy habemos de segar el Prado del Molino!
- ¡Ay, Virgen Santísima, que no es pereza, no! ¡Que se ha quedado sin habla! ¡Llama a Don Lesmes, que venga enseguida!.
Y subió el padre empuñando un bieldo por medir las costillas al accidentado si, por acaso, todo resultare al final gatuperio -que así se las gastaban los padres de entonces-, pero, como lo viese haciendo aquellos aspavientos y reparase en su faz desencajada, se echó escalera abajo para avisar al médico.
A poco llegaba aquel Don Lesmes, de quien ya di razón en otro cuento y, después de examinar al fondo al paciente, no le pudo encontrar más lesiones que algunos cardenales repartidos por el cuerpo, segura consecuencia de su encuentro con el canto de las lápidas, primero, y con el suelo del ejido, más tarde.
Y, tras meditar un rato, ´rascándose la coronilla por debajo de la boina, exclamó:
- ¡Si no conociera al mozo y supiera lo farruco que es, pensaría que todo le ha venido por un susto que le ha aterrorizado!.
Y al asentir el mozo con la cabeza, por fin se pudo ir aclarando algo y el médico se fue después de tranquilizar a los atribulados padres, asegurándoles que aquel accidente sería, a no dudr, cosa pasajera y que el mozo recuperaría muy pronto el habla.
Así fue, pero por más que le importunaron desde entonces, ni sus padres ni otras personas lograron que confesase qué cisrcunstancias le habían aterrado tanto aquella noche.
Tampoco volvió a comentarse el suceso, ni siquiera entre sus protagonistas, y el tiempo fue pasando inexorablemnte -como acostumbra- sin que sobreviniesen otras mudanzas, como no fuera que, en adelante, aquel valentón ejerció algo menos de jaque y, por contra, el timorato pasó a ser más decidido y, desde luego, mucho más socarrón.
CONTINÚA
Foto: bajando del cementerio.