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EL LILAR DEL CEMENTERIO

Y vino la dictadura, y luego la Dictablanda, y a éta siguió la Pepública y después el Alzamiento, la Guerra Civil, los años de paz y la llamada transición, y aquélla que a nadie perdona se fue cobrando su maquila y reduciendo bastante el número de los protagonistas de esta historia y, cuando ya solo quedaban seis o siete de los veintitantos que fueron, un día de primavera en que los supervivientes secaban al sol, en el atrio de la iglesia, los catarros y reúmas del invierno, aquel mozo timorato que no se decidió a invadir el cementerio, con las manos en la cachava y en ellas puesto el mentón, tras una larga pausa en el sosegado conversar, exclamó:
- ¡Se viene encima San Juan! ¡Hablamos de poner el ramo!.
-´ ¡Jesús! ¡Buenos ramos nos den, que ya no somos de acarrear un brazado de flores! -contestó su inmediato vecino.
- ¡Pues mira tú como andarán aquellas mozas! -añadió un tercero con voz cascada y riendo en falsete.
- ¡Que estén como quieran, que a ellas no habemos de rondarlas! -intervino otro de mirada pícara.
- ¡No están como quieren, sino como pueden! -objetó el anciano de su derecha.
-Pues.... pueden bien poco -dijo otro sentado algo más allá, suscitando con ello la risa de todos los oyentes.
- ¡Tampoco podríamos nosotros ahora brincar tapias para coger flores en los huertos! -saltó otro de los viejos que, por haber sido muchos años oficial del señor notario, gustaba mucho de precisar las cosas.
-A lo mejor nos ayudaba el alma en pena como aquella vez en el cementerio -repuso con zumba el contertulio de la cachava que, cuando joven, había sido tan apocado.

CONTINÚA

Foto: juego "los bolos"