Más como el vino y la comida abundante desatan las lenguas, al final de la merienda, pecando de ingenu, aquel ermitaño a mal de su agrado tuvo la desdichada ocurrencia de preguntar:
- ¿Hay lobos por aquí?
Y, naturalmente, sin faltar a la verdad aunque exagerándola un tanto, alguno de los visitantes le contestó:
- ¡Todos los que usted quiera! ¡A centenares!. Asustado el pintor inquirió
- ¿Son peligrosos?
-Pues.... si se juntan muchos y tienen hambre, pueden atacar a las personas, si es lo que usted quiere saber.
- ¡Deminio!; me da cierto recelo pasar la noche aquí....
-No se preocupe, que estando bien cerrada la sacristía, no hay caso de que puedan entrar aunque lo intenten -le respondió el cura de nuestra historia, dejándole más tranquilo.