Es de creer que el conocimiento de esta aventura -y de algunas otras más que no decían mucho de la pèrspicacio del señor comisario- debió llegar a los superiores de éste y ser causa, más o menos remota, de su desgracia, pues ocurrió que, al poco tiempo, y cuando don Heliodoro se encontraba más agusto ejerciendo de jefe de aquella ciudad tranquila que tampoco quehacer le daba y atendiendo además sus propios intereses, vino a conocer que en el Boletín Oficial había salido una disposición trasladándole a una capital inmediata.