Y llegó ante la mesa que ocupaba un inspector, bien conocido por su malignidad y por el humor cáustico con que solía manifestarla, y seguía lamentándose desesperado:
- ¡Pero!.... ¿Por qué me trasladan? ¡Pero si yo no he hecho nada! ¡Pero si yo no he hecho nada!
Y el inspector, sin levantar los ojos del expediente que estaba consultando, en voz alta, clara y distintamente, le repetía:
- ¡Por eso!, bobín, ¡por eso!