¡Buenos días! empezamos la mañana del jueves con éste artículo de JOsé LUis:
DIARIO DE
LEON
LA ESPUMA DE LOS DÍAS
A sistimos estos días a la floración de los manzanos y a las ferias de los
libros. Ah, las maravillas de la floración de un manzano, las maravillas de la floración de un
libro: ese tiempo -˜más allá del tiempo-™ que duran abiertas las flores de una y otra especie, el tiempo de una ficción, de un brevísimo sueño. Y es entonces cuando puede suceder el prodigio...
Un libro con ese título tan pomposo, El Expreso del Sil, se me representó la otra tarde cuando regresaba de las flores del manzano y otros ámbitos frutales. Sobre un fondo dorado y azul resaltaba esplendente en la portada una locomotora de vapor. Tenía ese no sé qué de las viejas locomotoras que anhelaban desaparecer en el horizonte para desembocar en los apeaderos del mar. Y lo abrí como si fuera a entrar en uno de esos cuadros con humos y trenes del Impresionismo...
El arranque era estrepitoso, al estilo de algunos
poemas de Ezra Pound: después de informarnos de que el flamante Expreso del Sil estaba formado por un vagón restaurante, un coche cama y dos vagones ordinarios, en tan sólo dos versículos como dos raíles nos salían al encuentro las brumas del Catoute y las verdes colinas del Bierzo Alto y los rumores de su prematura
primavera, los barracones y los castilletes de las
minas derruidos, las cascadas azules y los vertederos y los olores que despedían los cementerios de
animales y los puentes de hierro y de madera sobre el Sil...
Cada una de sus secuencias ostentaba como título el nombre de una estación, de un pájaro local o del objeto añorado por cada uno de los treinta y cinco viajeros. «Es una delicia
viajar en este tren», esa era la primera frase, el primer verso que se le oía pronunciar a uno de sus pasajeros más nostálgicos, Ramón Gil Pereira, intelectual neoanarquista y en paro que acababa de descubrir la trama
política de un crimen cometido en la explanada del castillo de los Templarios, y que iba leyendo con fruición una antología de «El Capital», de Karl Marx.
No aparecían diosas del Sil en El expreso del Sil, ni frescos cadáveres humanos, pero sí el fiambre de un urogallo en un saco de cemento bajo el asiento donde viajaba un senador arribista de León en busca de votos y amoríos... Apenas asomaba el narrador, y cuando lo hacía adoptaba el punto de vista de un delincuente de trece años recién salido de un correccional. El
poema más logrado era aquel en que a dos olímpicas mulatas lesbianas que iban saboreando un vermú en el vagón restaurante les sucedía algo terrible al llegar a la estación de Toreno...
Era un libro que era un tren desconcertante, amenísimo, seductor. Un libro -˜put-on-lírico-™ y post-fantástico «El expreso del Sil».
Un libro: -˜El Expreso del Sil-™
05/05/2011 JOSÉ L. SUÁREZ ROCA