¡Buenos dias...! Jueves 13 de octubre, cielo azul, fresca la mañana, pero despues calor de verano. Y pasamos al artículo de José Luis, un escrito donde como siempre pone una nota irónica, humorística, y real.
DIARIO DE LEÓN:
LA ESPUMADE LOS DÍAS
Por el camino de China
JOSÉ L. SUÁREZ ROCA 13/10/2011
Inauguraba el presidente del Gobierno esa mañana la sede del Instituto Confucio en León, así que nos la pasamos en el Café hablando de la República Popular China y los mil millones de chinos que nos invadirán... « ¡Hay que engancharse al chino mandarín!», y el Peta del barrio lo decía en serio. Ya, pero un poco tarde, Peta. Y se nos quedó mirando al techo con cara de nostalgia china. Porque el Peta tuvo una novia maoísta en sus años de Universidad, una progre del Movimiento Comunista Revolucionario que se sabía de memoria párrafos enteros del Libro rojo de Mao Tse Tung. «Y cada vez que se desnudaba para hacer el amor me recitaba un poema de Mao. Me acuerdo todavía del primer verso: ‘Yo perdí el tierno álamo y tú perdiste el sauce’. Y era como ascender al Noveno Cielo de los chinos, qué hembra. Muy gordas las cogía en las espichas que organizaban los del M. C. E.»
Y a todos la nostalgia de aquellos años rojos nos atenazó durante un buen rato, años de pensamiento Mao y revoluciones culturales y de andar por las barras de los bares jugándonos a los chinos los vinos del anochecer... Hasta que irrumpió en el Café una mulata en busca de cigarrillos, un rollito de primavera otoñal, como de ahumada porcelana china, que nos dejó la nostalgia hecha pedazos. Y para disimularnos me puse yo a contar la leyenda sobre el origen del arroz chino: el hombre no tenía arroz con que calmar el hambre, y entonces la diosa Kuan Yin descendió de los cielos una noche y se exprimió el pecho con una mano, y de él brotó leche que se derramó sobre las espigas de arroz, y crecieron los granos blancos...
« ¿Pero quién es Confucio?». La pregunta que nos arrojó la camarera nos sonó como uno de esos melocotones chinos que explotan en la novela Otoño en Pekín, de Boris Vian. Y de repente se echó a reír y nos contagió a todos y fue como si estuviéramos ya en un café del desierto de Exopotamia. Así que fuimos disparando, como a golpes de trompeta, palabras y oraciones prochinas: Naranjas de la China, cuento chino, yoga, horóscopo, opio, seda, pagodas chinas, muralla, rosas de cerdo, proverbio chino (‘No tomarás los nombres de una flor y de un poeta en vano’), masaje chino, té, acupuntura, tribulaciones de un chino en China, el Yin-Yang, circo chino, barrio chino...
« ¿Y todo eso es Confucio?» Toda una civilización, mi amor. Otra vez el peligro amarillo, y en León. Y la Catedral será contada a los niños en chino. Y los poemas del divino Li Po, y este que te recito de Ts’ao Ye: «En el pueblo desierto, hambrientos,/ los gorriones vuelan piando de un lado a otro lado./ Mas de pronto/ se acuerdan de los graneros del Estado,/ que nunca están vacíos.» Y el barco de orquídeas de las poetisas concubinas... El Oriente rojo, el sol del comunismo, ¡Confucio, ay.!
DIARIO DE LEÓN:
LA ESPUMADE LOS DÍAS
Por el camino de China
JOSÉ L. SUÁREZ ROCA 13/10/2011
Inauguraba el presidente del Gobierno esa mañana la sede del Instituto Confucio en León, así que nos la pasamos en el Café hablando de la República Popular China y los mil millones de chinos que nos invadirán... « ¡Hay que engancharse al chino mandarín!», y el Peta del barrio lo decía en serio. Ya, pero un poco tarde, Peta. Y se nos quedó mirando al techo con cara de nostalgia china. Porque el Peta tuvo una novia maoísta en sus años de Universidad, una progre del Movimiento Comunista Revolucionario que se sabía de memoria párrafos enteros del Libro rojo de Mao Tse Tung. «Y cada vez que se desnudaba para hacer el amor me recitaba un poema de Mao. Me acuerdo todavía del primer verso: ‘Yo perdí el tierno álamo y tú perdiste el sauce’. Y era como ascender al Noveno Cielo de los chinos, qué hembra. Muy gordas las cogía en las espichas que organizaban los del M. C. E.»
Y a todos la nostalgia de aquellos años rojos nos atenazó durante un buen rato, años de pensamiento Mao y revoluciones culturales y de andar por las barras de los bares jugándonos a los chinos los vinos del anochecer... Hasta que irrumpió en el Café una mulata en busca de cigarrillos, un rollito de primavera otoñal, como de ahumada porcelana china, que nos dejó la nostalgia hecha pedazos. Y para disimularnos me puse yo a contar la leyenda sobre el origen del arroz chino: el hombre no tenía arroz con que calmar el hambre, y entonces la diosa Kuan Yin descendió de los cielos una noche y se exprimió el pecho con una mano, y de él brotó leche que se derramó sobre las espigas de arroz, y crecieron los granos blancos...
« ¿Pero quién es Confucio?». La pregunta que nos arrojó la camarera nos sonó como uno de esos melocotones chinos que explotan en la novela Otoño en Pekín, de Boris Vian. Y de repente se echó a reír y nos contagió a todos y fue como si estuviéramos ya en un café del desierto de Exopotamia. Así que fuimos disparando, como a golpes de trompeta, palabras y oraciones prochinas: Naranjas de la China, cuento chino, yoga, horóscopo, opio, seda, pagodas chinas, muralla, rosas de cerdo, proverbio chino (‘No tomarás los nombres de una flor y de un poeta en vano’), masaje chino, té, acupuntura, tribulaciones de un chino en China, el Yin-Yang, circo chino, barrio chino...
« ¿Y todo eso es Confucio?» Toda una civilización, mi amor. Otra vez el peligro amarillo, y en León. Y la Catedral será contada a los niños en chino. Y los poemas del divino Li Po, y este que te recito de Ts’ao Ye: «En el pueblo desierto, hambrientos,/ los gorriones vuelan piando de un lado a otro lado./ Mas de pronto/ se acuerdan de los graneros del Estado,/ que nunca están vacíos.» Y el barco de orquídeas de las poetisas concubinas... El Oriente rojo, el sol del comunismo, ¡Confucio, ay.!