Don Florentino Agustín Diez, uno de los buenos vates leoneses, cantó a la pastora de Caldas de Luna, a quien Jimena la desgraciada preguntaba por su conde enamorado y la pastora le daba razón de hallarse encerrado en el alcázar torreado de Luna.
La pastora la invita a quedarse en su choza y a probar los caluestros de su novilla Gallarda y tortas de pan candeal y leche ennatada y manteca con migas.
Sancho Díaz, San Díaz conde de Saldaña enamorado de Doña Jimena es espiado por el felón Nuño de Arlanza, que corrió al rey con los rumores y hace desmayarse a la infanta.
San Díaz mata a Nuño en un desafío; el rey medita y sentencia a la pareja amante: a San Díaz lo envía con una carta para el alcaide del castillo de Luna, Diego Melendo, gran amigo de San Díaz, que en cumplimiento de la orden real ha de deorbitar al conde y encerrarlo en la fortaleza.
En el camino le salió al conde un anciano montañés que le avisa que no continúe, porque los presagios son siniestros, «la sangre en el rastrillo». Dona Jimena es recluida en un convento ovetense y la alegría huyó para siempre de la corte del rey Casto.
Aquí en este castillo nació uno de nuestros cantares de gesta, primeros esbozos de la literatura, el cantar del héroe Bernardo del Carpio, que ha recogido don Ramón Menéndez Pidal en su «Flor Nueva de Romances Viejos».
«Don Sancho Díaz se duele en su prisión del castillo de Luna».
Bañando está las prisiones
con lágrimas que derrama
el conde Don Sancho Díaz,
ese señor de Saldaña
y entre el llanto y soledad
de esta suerte se quejaba
de Bernardo su hijo,
del rey Alfonso y su hermana:
–Los años de mi prisión,
tan aborrecida y larga,
por momentos me lo dicen
aquestas mis tristes canas.
Cuando entré en este castillo,
apenas entré con barba
y agora por mis pecados
la veo crecida y blanca.
¿Qué descuido es éste, hijo?
¿Cómo a voces no te llama
la sangre que tienes mía
a socorrer donde falta?
Todos los que aquí me tienen
me cuentan de tus hazañas;
si para tu padre no,
dime para quien las guardas
La pastora la invita a quedarse en su choza y a probar los caluestros de su novilla Gallarda y tortas de pan candeal y leche ennatada y manteca con migas.
Sancho Díaz, San Díaz conde de Saldaña enamorado de Doña Jimena es espiado por el felón Nuño de Arlanza, que corrió al rey con los rumores y hace desmayarse a la infanta.
San Díaz mata a Nuño en un desafío; el rey medita y sentencia a la pareja amante: a San Díaz lo envía con una carta para el alcaide del castillo de Luna, Diego Melendo, gran amigo de San Díaz, que en cumplimiento de la orden real ha de deorbitar al conde y encerrarlo en la fortaleza.
En el camino le salió al conde un anciano montañés que le avisa que no continúe, porque los presagios son siniestros, «la sangre en el rastrillo». Dona Jimena es recluida en un convento ovetense y la alegría huyó para siempre de la corte del rey Casto.
Aquí en este castillo nació uno de nuestros cantares de gesta, primeros esbozos de la literatura, el cantar del héroe Bernardo del Carpio, que ha recogido don Ramón Menéndez Pidal en su «Flor Nueva de Romances Viejos».
«Don Sancho Díaz se duele en su prisión del castillo de Luna».
Bañando está las prisiones
con lágrimas que derrama
el conde Don Sancho Díaz,
ese señor de Saldaña
y entre el llanto y soledad
de esta suerte se quejaba
de Bernardo su hijo,
del rey Alfonso y su hermana:
–Los años de mi prisión,
tan aborrecida y larga,
por momentos me lo dicen
aquestas mis tristes canas.
Cuando entré en este castillo,
apenas entré con barba
y agora por mis pecados
la veo crecida y blanca.
¿Qué descuido es éste, hijo?
¿Cómo a voces no te llama
la sangre que tienes mía
a socorrer donde falta?
Todos los que aquí me tienen
me cuentan de tus hazañas;
si para tu padre no,
dime para quien las guardas