Cierto que el encartado no se había distinguido nunca por su fanatismo en aquella militancia, porque solo le importaban las cosas pequeñas que hacen amable la vida, y de ahí que acostumbrase para sus ratos libres no escuchando proclamas en la Casa del Pueblo, sino alternando con sus compadres por figones y tabernas para merendar si venía al caso o, para descorchar un par de botellas y trasegar su contenido con ellos en paz, amor y compaña, y como además aquellos amigos eran de distintas y aún opuestas tendencias políticas, no quería el significarse demasiado en ningún sentido, pues que, de hacerlo, podían seguirse discusiones, de las discusiones disputas y de las disputas enemistad, y lo que él repetía siempre: no hay idea política que pueda justificar la pérdida de un buen amigo.