Y con ánimo de aclarar de una vez por todas este negocio, el Gobernador llamó al Jefe de Policía -aquel don Heliodoro de nuestro cuento- y le ordenó iniciar de inmediato las investigaciones oportunas.
Como homenaje, merecido, lo seguimos ilustrando con imágenes del pueblin.
El funcionario, que conocía de sobra cada sorobollo y de alguno de ellos era amigo íntimo, encontró incómodo el encargo y, viéndose obligado a cumplir las órdenes, con idea de quitar hierro al asunto, decidió ocuparse él mismo en las indagaciones para, si fuese necesario, advertir de manera amigable a los sospechosos que limitasen su actividad al regodeo estomacal y ello usando de cierta discreción para no dar qué decir con sus despilfarros.
El funcionario, que conocía de sobra cada sorobollo y de alguno de ellos era amigo íntimo, encontró incómodo el encargo y, viéndose obligado a cumplir las órdenes, con idea de quitar hierro al asunto, decidió ocuparse él mismo en las indagaciones para, si fuese necesario, advertir de manera amigable a los sospechosos que limitasen su actividad al regodeo estomacal y ello usando de cierta discreción para no dar qué decir con sus despilfarros.
Y, por pillarles con las manos en la masa y ver qué se cocía en una granja de las afueras que los sorobollos frecuentaban, se presentó allí cierta tarde que le constaba, por noticias de sus sabuesos, estaban aquellos dentro.