El relato ganador...

El relato ganador

El barco de Luna

Érase una vez, un día cualquiera en la vida de Luna. Luna era una niña que vivía y se divertía en La Esperanza, un pequeño barrio de la ciudad de Managua, en Nicaragua.

Papá había elegido su nombre porque decía que las cosas importantes siempre le habían sucedido en noches de luna llena. Se enamoró de mamá en una verbena con luna llena, sus hermanitos y ella habían nacido en una noche de luna llena, y perdió su trabajo en un día que ni siquiera se asomaba la luna.

Luna acudía cada día al trabajo con su papá, al de ahora. Antes su papá trabajaba en un mercado de la ciudad. Papá lloró cuando perdió su trabajo, cosas de mayores. Luna no entendía por qué, pero sí sabía que a partir de ese momento podría acompañar a su papá a su nuevo empleo y vivir juntos muchas aventuras. A papá no le parecía tan buena idea y por algún motivo se entristecía cada vez que el sol anunciaba un nuevo día.

Todos sus vecinos y los hijos de sus vecinos trabajaban en el basurero de la Chureca. El trabajo era bien sencillo, había que buscar cosas hechas de plástico o de cartón o de cualquier cosa que pudiera reciclarse para después venderlas. Claro está que, su papá podría tener otro trabajo que le gustase más si las personas se tomaran la molestia de separar la basura en sus casas. El problema era el siguiente, la gente mezclaba las cáscaras de huevo, con las cajas de cereales y los envoltorios de los caramelos y con un montón de cosas más. Todas estas cosas las traía un enorme camión de basura y como si fuera un dragón escupiendo fuego, lo descargaba formando una gran montaña.

Así que, en realidad papá era un héroe porque si él no ayudase a reciclar, la Chureca se haría cada vez más y más grande, y el mundo entero sería un enorme basurero. Y es verdad que si no fuera allí donde va a parar la basura de la gente, el barrio donde vivía Luna sería más bonito; pero si fuera así, entonces quizá no estaríamos contando su historia.

Y sería mucho mejor, pensaba Luna, que las cosas que echamos a la basura se tiraran en contenedores diferentes; ¡cada uno de un color! Uno amarillo brillante para el plástico, otro azul como los ojos de su mamá para el papel y el cartón, y otro verde como su camiseta para el cristal. Todo bien separadito y repartido, así se les daría un nuevo uso y mejor para todos. Porque como dijo una maestra que un día tuvo, si reciclamos, ni contaminamos ni malgastamos.

Luna soñaba con esto y también con lo otro, y con lo de más allá.

Luna era una gran soñadora, soñaba de día y soñaba dormida. Soñaba con paisajes, con olores y con sabores, y todos eran diferentes a los de su barrio.

Esa mañana en la Chureca, encontró un tesoro. Como cada día, armada de su saco y su varita mágica, Luna escalaba la montaña de fuego, la llamaba así porque al ascender notaba un calor que quemaba en sus piececitos. Había que ser muy valiente para adentrarse en la Chureca y escalar la montaña de fuego o atravesar el pantano resbaladizo o la llanura negra. Al llegar a cada cima o al entrar en cada pantano, Luna siempre tenía una recompensa, un pequeño tesoro.

Reluciente en la cima de la montaña de fuego esperaba un barco. ¡Nada más y nada menos que un barquito de plástico que en su día fue una botella! Luna descubrió el que a partir de aquel momento se convertiría en su preferido.

Todas las cosas que encontrabas en la Chureca habían sido antes otra cosa. Cuando las encontrabas habían cambiado y las que su papá vendía, volvían a cambiar, o a reciclarse como él decía. Su papá se ponía contento cuando encontraba plásticos, así que Luna recogía tantos como podía y los guardaba en su saco mágico. Y sólo se quedaba los que más le gustaban. Pero lo de aquella mañana, era un tesoro de verdad. ¡Un barco! De regreso a casa decidió montar en el barco a su papá y a sus hermanitos, que como navegaban por primera vez iban un poco mareados.

Al llegar a casa y como cada noche, mamá les tenía preparada su rica sopa. Mamá era experta en prepararla, con un pedacito, con un trocito bien chiquitito de cualquier cosa, hacía unas sopas riquísimas. Con el estomago lleno y con mucho sueño, Luna se fue a dormir. Esa noche soñó con barcos, con islas y tesoros, soñó que en la sopa de mamá flotaban trozos de alimentos exóticos, soñó con viajar a otros países, soñó con probar sus dulces. Soñó y soñó y de nuevo la mañana llegó.

El nuevo día estuvo como todos repleto de aventuras, pero esta vez tenía un nuevo compañero. De vuelta a casa seguía montando a sus hermanitos en su barco que seguían sin acostumbrarse al baile dulce de las olas y llegaban a casita un poco mareados.

A papá también le gustaba encontrar tesoros, había encontrado un montón y con todos ellos había construido su casa. Con pedacitos de cristales había fabricado las ventanas. Las paredes de su casa eran muy divertidas, había trozos hechos con cartones y metales, y en vez de ladrillos se usaban botellas de plástico de mil colores. A Luna le gustaba mucho su hogar. Pero a veces…a veces soñaba con encontrar en mitad del océano una isla, soñaba con conquistarla y ser su reina. Su isla tendría un montón de diferentes frutas y sus habitantes vestirían con ropas de mil colores y hablarían bien alto, porque eso es lo que hace la gente cuando está contenta. Sería una buena reina, muy querida y admirada, sus súbditos la mirarían al pasar y la tirarían flores y besos.

El sol de nuevo salía en el barrio La Esperanza y la pequeña Luna se disponía a afrontar su nuevo día. Pero aquella mañana papá no quería ir a trabajar. Su hermanito pequeño seguía mareado por el viaje en barco del día anterior y había que encontrar una poción mágica para quitarle el mareo. Bueno eso creía Luna, pero en realidad su hermanito estaba malito por culpa de la contaminación de la Chureca, pero eso lo supo cuando fue más mayor.

La medicina tenían que buscarla en la ciudad y Managua se encontraba a nada más y nada menos que a 5 kilómetros de casa. Luna acompañaría a su papá y juntos vivirían esa nueva aventura. Papá y Mamá hablaban de cómo podrían traerla, cuando Luna les interrumpió y les ofreció su barco como solución. Como era un barco mágico podía convertirse por unas horas, de nuevo en botella.

Su hermanito estaba tan mareado que no podía montar en su barco, así que papá y ella fueron solos rumbo a la ciudad. Luna nunca había salido de su barrio y es quizá por eso por lo que sus ojos no se acostumbraban al nuevo paisaje.

El sol anunciaba el medio día cuando ¡no os vais a creer lo que pasó! Su barco se desorientó y llegó a una isla, a su isla. Si sí, a la isla del sueño, la isla de los mil colores. Los dos bajaron del barco y se adentraron en ella, abriéndose paso entre personas que vestían trajes preciosos, gente que gritaba y hablaba alto y como en su sueño, aquella gente la miraban al pasar. Aquellas personas tenían mesas llenas de frutas de mil colores. A Luna le llegaba el olor dulce de aquellos frutos, le llegaba el rumor de sus gentes, sus risas y sus voces, y no podía dejar de sonreír. De pronto, una de aquellas personas se le acerco y le ofreció un fruto, igual que en su sueño. Papá le contó nuestra aventura y Luna le enseñó su barco, bueno ahora su botella, que les había ayudado a llegar tan lejos de casa.

La mujer que se les había acercado les llevó a una casa grande y bonita, donde había un montón de gente que no sólo vestía con trajes de mil colores sino que también ellos eran de mil colores. Como en su sueño había sopas con alimentos exóticos que ella nunca había probado, había dulces y sobre todo, había litros y litros de aquella medicina.

La mujer les contó que ella era cooperante ¡y yo navegante, exclamó Luna! Aquella mujer en vez de un barco, tenía un coche mágico que fue en busca de sus hermanos y su mamá. Ahora Luna era la reina de aquella isla y como en su sueño a partir de ahora aquel sería su hogar.