Era una noche de junio, cálida, hermosa. La luna iluminaba...

Os recuerdo que, como en otras ocasiones, lo iremos descubriendo juntos, dado que ha medida que lo voy leyendo lo voy escribiendo. Así que pido un poquito de paciencia por el espacio de tiempo que trascurre entre mensaje y mensaje.

Vamos con el cuento:

EL BARQUERO DEL ESLA

I

La barca se deslizó lentamente por el agua obscura y cruzó el río, acariciándolo con las viejas tablas de su armazón. La cadena, atravesada de una orilla a otra, rozó ligeramente el madero de la barca, clavado y fijo por si pie en el lado de la borda que recibía el choque de la corriente.
Resaltaba sobre el negro fondo la arrogante figura de aquella mujer. Su busto, delicado y esbelto, se doblava levemente al bracear con las manos cogidas a la cadena; y el óvalo de su rostro, blanco y fino, contraíase a los repetidos impulsos que el cuerpo, para avanzarse, imprimía a la barca. Ésta llegó por fin a la otra orilla, y la moza fresca y hermosa saltó a fuera del río y amarró la vieja embarcación al grueso tronco que sujetaba aquel extremo de la cadena.

Dirigió la joven su mirada por la campiña, ansiosa de ver lo que no descubrían sus ojos, y, cansada de esperar, se sentó sobre la fresca hierba que las aguas del río bordeaban en su callado arrastre, en su perezoso curso.
Con el aislamiento que busca el amor, cuando el amor no se atreve a revelarse, era mayor la inquietud que hacía presa en aquel espíritu de mujer enamorada.
- ¡Cuánto tarda hoy! ¡Si no vendrá!....
Y un estremecimiento extraño recorría su cuerpo, agitándolo en brusca sacudida. Se levantó, paseó río arriba y abajo, se volvió a sentar.... y así estuvo, inquieta y sobresaltada, con el ansia febril del amor que espera.
- ¡Cuánto tarda!.... ¿Vendrá por fin?....

Era una noche de junio, cálida, hermosa. La luna iluminaba la campiña desde su cénit, mirándose su disco lleno en los mil espejos que iban ofreciéndole las ondas mnasas del río. Algunas estrellas lejanas lagrimeaban en el horizonte azul, lanzando un débil pestañeo, como cegadas por el nacardo brillo de quien entonces pretendía ser el único fanal que alumbrara el templo de la noche.
Erguíanse allá lejos los montes frondosos, reptados por estrechas sendas, que semejaban los hilos de plata de una complicada red. De allí venía el perfume que los tomillares entregaban a la brisa de la montaña, y de allí, extendiéndose por los valles que se abrían en la ribera, bajaban también el silencio de la noche: ese silencio que vive de ruidos.

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¡Jozú! Que poético.... provoca la inspiración.....
¡Noemiiiiiiiiiiiiií! ¡Al loro!
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Aparecía la vega estrellada de flores, y, rasgando el verde tono de los campos, calladamente ondulaba el río, alumbrado por la luna, que descendía brillante por su ranura invisible abierta en el cielo.
Desmayaba la alameda, oprimida por aquel silencio cargado de quedos rumores, arrullando en danza perezosa los penachos agudísimos de sus árboles, cuyas hojas parecían besarse al estremecerse la malla de sus fibras.
Cantaban los azudes y los arroyos, saludando a su paso a la espesura, que le enviaba ... (ver texto completo)