Entró en su casa solo, y sola halló su casa. A ella volvía sin hija, sin honra, sin amor en el alma, sin paz en su conciencia. Y, como si no hubiera podido creer que le faltaba todo aquello, recorrió hasta los más ocultos rincones de su hogar. Entró en el cuarto de Magdalena, y allí vió sus vestidos, sus pobres alhajas, todo cuanto le pertenecía en vida y que ella no pensó abandonarlo para siempre aquella noche. Por todas partes, recuerdos, algo que de ella le hablaba, que conservaba aún el olor de la hija muerta. Todo lo miraba su padre con ávida atención, como si no lo hubiera visto nunca, pero sin atreverse a tocar nada. Delante de la cama vacía, y con la huella reciente de aquel cuerpo tan hermoso, no supo el tío Basilio lo que sintió.