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Crónica de León:

Miércoles, 06 de junio de 2012

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DEPRESIONES / Germán Valcárcel Río /

La España de Carlos Dívar

Había llegado a pensar que, tal vez, esta crisis vendría bien a un país como el nuestro, que a lo largo de su historia ha confundido con demasiada frecuencia prudencia con cobardía y resignación con tolerancia. Creí que después de más de treinta años de vivir en una fingida democracia formal este pueblo sería capaz de respetarse a sí mismo. Pero no, perdamos toda esperanza.
Cuando la razón no es escuchada, votamos a los que adulteran deliberadamente las leyes y nos roban, y somos incapaces de respetar y hacer respetar los derechos y obligaciones que la Constitución nos reconoce, es que seguimos siendo la misma España ignorante y encanallada, que hace dos siglos entronizó a un monarca dictatorial al grito de “vivan las caenas”.
Consecuentemente, en pleno siglo XXI tenemos al frente de la Jefatura del Estado a un descendiente de ese mismo rey y es entendible el desprecio con que somos gobernados por nuestros democráticamente electos representantes políticos y sindicales, una casta que ha perpetrado y sigue perpetrando el mayor latrocinio que se recuerda; por eso también tenemos una ‘justicia’ que expulsó de su seno a un juez que intentó –tal vez con errores– reparar una injusticia histórica, pero mantiene como presidente de los jueces a un hipócrita y ferviente católico al que pagamos sus caprichos, digno representante de esa envalentonada derecha reaccionaria y meapilas que copa instituciones y partidos políticos –incluidos los nominados de izquierda–, desde los tiempos de Viriato. En definitiva, unos dirigentes que no dudan en humillarnos si de ese modo consiguen someternos.
Somos un país que, tras una guerra civil, cuarenta años de dictadura, una modélica transición y treinta y tres años de democracia otorgada lleva ya en su código genético la sumisión. Los pueblos que no saben defender sus derechos, se sumen en lo más profundo de la ignominia. Es el legado que dejamos a nuestros descendientes.