Extiendo mi mano esperando encontrar la de Manuel como...

Extiendo mi mano esperando encontrar la de Manuel como aquella tarde cuando bajé la escalerilla y me vi de pronto en un muelle donde todo era confusión, voces, muchos ojos buscando rostros queridos y yo buscando el mío. ¿Cuál de todos los hombres de sombrero, traje y bigotes sería mi esposo? Lo imaginaba alto, corpulento, ansioso como yo por encontrarnos. Cuando todo en el dique fue aquietándose, descubrí un pequeño cartel con mi nombre escrito con letra vacilante. Lo llevaba un hombre joven, de baja estatura, ojos claros y bigote prolijamente recortado.
No puedo decir cómo me sentí en ese momento, nunca pude hacerlo. Me vi más alta de lo que en realidad era y no pude abrazarlo como soñaba, ni tampoco sentirme protegida por brazos fuertes ni perderme en su pecho cálido. Mi esposo por poder se mantuvo distante. Tal vez él también se sorprendió al verme. Yo era una linda muchacha llena de vida, mis pechos eran turgentes, mi cintura estrecha, calzaba botas de tacones altos y mis mejores prendas me engalanaban.
El encuentro no pudo ser menos auspicioso, yo no estaba a gusto y él tampoco. Pero había que salir de allí y la llovizna fría que empezaba a caer apuró la salida del puerto. Sin decir palabra, tomó mi valija e hizo señas a un automóvil que nos trajo hasta aquí.
Tengo la sensación de que el viaje ha sido hace pocos días y desde entonces esta ventana ha sido el mirador de mi mundo.
La casa era la de un hombre solo, los únicos muebles nuevos eran la cama de dos plazas y una cómoda que – según me dijo después – esa misma mañana le había entregado la mueblería. Pocas palabras intercambiamos, yo solo pude descubrir que mi marido tenía el encanto de una voz grave y modales gentiles.