V
El próximo puerto fue Montevideo y mientras se paseaba como un pasajero más – siempre amparado por el viejo marinero – escuchó hablar del último puerto donde muchos descenderían: Buenos Aires, capital de la joven República Argentina. Cuando finalmente la nave atracó allí, Herminio se encontró agitando su pañuelo como lo hacían los demás pasajeros.
La ciudad de aspecto colonial no fue inhóspita con el joven español. Cuando pudo dejar el barco, se alejó caminando y no miró hacia atrás. Preguntando a unos y otros llegó hasta la Estación Central del Ferrocarril del Oeste. Tuvo la extraña sensación que hacía mucho tiempo había dejado Valdesamario. Pero no hacía aún dos meses que había dicho adiós a sus padres.
No me siento extranjero en ningún lugar Donde haya lumbre y vino tengo mi hogar (de “Vagabundear”, 1971. Joan Manuel Serrat)
Primitivo Castro fue uno de los primeros inmigrantes que se asentó en General Villegas. Había dejado Valdesamario algunos años antes que Herminio y buscando su lugar en el mundo recaló en este poblado de la provincia de Buenos Aires. Llegó poco tiempo después de su fundación, que había sido en 1888. Originariamente se llamó “Los Arbolitos” y Primitivo eligió este lugar precisamente guiado por su nombre. Pensó que encontraría un paraíso lleno de árboles, pero cuando se bajó del tren en diciembre de 1896 tuvo una visión de la llanura pampeana en toda su grandiosidad y simpleza. Allí solo había tierra virgen, un puñado de pobladores y la necesidad de gente emprendedora.
Una vez que el tren hubo abandonado la estación, Primitivo descubrió a quien sería su protector en esa tierra ranquelina. Eduardo, el joven hijo de Edwin Clark, tenía que despachar una encomienda por orden de su padre. Del tren no se veía más que el último vagón cada vez más pequeño y el vaivén del farol perdiéndose en la nada. “Soy hombre muerto” – dijo Eduardo - “Hasta el martes próximo no hay otro tren. Mi padre no va a querer saber nada con mis explicaciones”. De pronto vio al único pasajero que había bajado allí y rápido en sus deducciones, le ofreció trabajo en la estancia de sus padres. “Si llevo dos brazos más para trabajar el viejo se olvidará pronto de mi atraso para llegar a la estación”.
El próximo puerto fue Montevideo y mientras se paseaba como un pasajero más – siempre amparado por el viejo marinero – escuchó hablar del último puerto donde muchos descenderían: Buenos Aires, capital de la joven República Argentina. Cuando finalmente la nave atracó allí, Herminio se encontró agitando su pañuelo como lo hacían los demás pasajeros.
La ciudad de aspecto colonial no fue inhóspita con el joven español. Cuando pudo dejar el barco, se alejó caminando y no miró hacia atrás. Preguntando a unos y otros llegó hasta la Estación Central del Ferrocarril del Oeste. Tuvo la extraña sensación que hacía mucho tiempo había dejado Valdesamario. Pero no hacía aún dos meses que había dicho adiós a sus padres.
No me siento extranjero en ningún lugar Donde haya lumbre y vino tengo mi hogar (de “Vagabundear”, 1971. Joan Manuel Serrat)
Primitivo Castro fue uno de los primeros inmigrantes que se asentó en General Villegas. Había dejado Valdesamario algunos años antes que Herminio y buscando su lugar en el mundo recaló en este poblado de la provincia de Buenos Aires. Llegó poco tiempo después de su fundación, que había sido en 1888. Originariamente se llamó “Los Arbolitos” y Primitivo eligió este lugar precisamente guiado por su nombre. Pensó que encontraría un paraíso lleno de árboles, pero cuando se bajó del tren en diciembre de 1896 tuvo una visión de la llanura pampeana en toda su grandiosidad y simpleza. Allí solo había tierra virgen, un puñado de pobladores y la necesidad de gente emprendedora.
Una vez que el tren hubo abandonado la estación, Primitivo descubrió a quien sería su protector en esa tierra ranquelina. Eduardo, el joven hijo de Edwin Clark, tenía que despachar una encomienda por orden de su padre. Del tren no se veía más que el último vagón cada vez más pequeño y el vaivén del farol perdiéndose en la nada. “Soy hombre muerto” – dijo Eduardo - “Hasta el martes próximo no hay otro tren. Mi padre no va a querer saber nada con mis explicaciones”. De pronto vio al único pasajero que había bajado allí y rápido en sus deducciones, le ofreció trabajo en la estancia de sus padres. “Si llevo dos brazos más para trabajar el viejo se olvidará pronto de mi atraso para llegar a la estación”.