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A pesar de encuentro tan mezquino, se hicieron amigos y Primitivo se convirtió en pocos años en capataz de “La María Inés”. Aunque trabajaba mucho y la noche lo encontraba cansado, cada tanto se hacía un tiempo para escribir largas cartas a su familia. Cada sobre que llegaba a España alimentaba las ilusiones de los que habían decidido emigrar. Así, Herminio recibió las señas de este poblado y cuando descendió en la estación, al tiempo que el tren se ponía nuevamente en marcha pitando y bufando, le pareció ver en la estela de vapor que dejaba la locomotora un mensaje para él: aquí construirás tu casa.

“Buenos días, Herminio... ¿Cómo pasó la noche mi Blackie? ¡Este potrillo no quiere nacer y está haciendo sufrir a la madre!” El joven español devenido en hombre de campo argentino, había pasado la noche en el galpón acompañando a la yegüita primeriza. Don Edwin lo relevo y lo mandó al pueblo para hacer las compras de la semana. Antes de subirse a la volanta repasó la lista preparada por doña María, la anciana cocinera de la estancia que solo ansiaba una cosa, amén de que los patrones alabaran sus platos: retirarse y vivir en el pueblo. “Si tengo suerte podré ver a Joaquina esta mañana” – se dijo Herminio y calculó que la encontraría en el almacén como todos los jueves.
Cuando se detuvo a la puerta del almacén de ramos generales, la joven lo abandonaba cargada de paquetes que su patrona le había encomendado retirar. Solícito, Herminio se bajó y le ofreció ayuda. Mientras caminaban hasta la casa de ella, se pusieron de acuerdo en encontrarse el domingo después de misa.
Donde don Helvecio De Giorgi había tenido sus negocios se levantaba ahora la capilla puesta bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen. El domingo a las doce en punto el R. P. César Pezzone salió a la puerta a despedir a sus feligreses y vio como Joaquina y Herminio se alejaban juntos en animada conversación. “Creo que pronto voy a habilitar un nuevo Libro de Matrimonios. Además de Manuel y Consuelo, Pedro Blanco y Carolina Fidalgo, ¡ahora también ellos! – se decía el padre César.

Se conocían de verse en las calles del pueblo los domingos y alguna que otra vez se encontraron en casa de Pedro donde Joaquina se animaba a bailar la jota aragonesa que tanto le gustaba. “ ¡Vaya si bailas bien! Por qué no me cuentas cómo llegaste aquí. ¿De dónde eres?... Yo soy leonés, de Valdesamario. Cuéntame, Joaquina, que quiero saber de ti... “