Crónica de León:
DEPRESIONES / Germán Valcárcel Río /
Condenados
El sistema político español ha engendrado una casta atestada de personajillos mediocres, endiosados y corruptos, que anteponen sus intereses personales y el mantenimiento de los privilegios que conlleva la representación política a cualquier otro objetivo. Estafadores arrogantes que nos acusan de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, mientras malversaban no solo nuestro dinero, sino también nuestro futuro.
Nada les importa el resultado cosechado: un país camino del desastre, donde la democracia se cae a pedazos, abocado a la pobreza económica, quebrado institucionalmente por una corrupción desbocada de la que son partícipes todos los estamentos del Estado; una España decrépita, encaminada a la marginación, en la que el talento, el comercio, la industria, la ciencia y las artes han sido sustituidos por la prepotencia, el trapicheo, la especulación, la incompetencia y el artificio, una tierra condenada, una vez más, a tener niños analfabetos y hambrientos, viejos enfermos y desatendidos, trabajadores-esclavos sin derechos laborales, un país donde solo sobrevivirán zombis con la dignidad usurpada, sepultados bajo una montaña de miedo, tristeza, melancolía y la añoranza de lo que pudo haber sido y no fue.
Nuestra responsabilidad ha sido creernos el cuento que nos contaban: podíamos tener un techo bajo el que sorber nuestras lágrimas y cobijar nuestras caricias (a costa de hipotecarnos de por vida), un automóvil con el que movernos más libremente, una sanidad y una educación universales, y unos vinos con los amigos.
Ya no queda nada que perder, o hacemos frente a esta masacre que están perpetrando esa pandilla de trileros llamados políticos y sus jefes, los usureros sociales escondidos bajo el paraguas de los mercados o nos imponen –bajo eufemismos tales como recortes, ajustes, racionalización, productividad, competitividad– un modelo social basado en la arbitrariedad y la miseria.
DEPRESIONES / Germán Valcárcel Río /
Condenados
El sistema político español ha engendrado una casta atestada de personajillos mediocres, endiosados y corruptos, que anteponen sus intereses personales y el mantenimiento de los privilegios que conlleva la representación política a cualquier otro objetivo. Estafadores arrogantes que nos acusan de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, mientras malversaban no solo nuestro dinero, sino también nuestro futuro.
Nada les importa el resultado cosechado: un país camino del desastre, donde la democracia se cae a pedazos, abocado a la pobreza económica, quebrado institucionalmente por una corrupción desbocada de la que son partícipes todos los estamentos del Estado; una España decrépita, encaminada a la marginación, en la que el talento, el comercio, la industria, la ciencia y las artes han sido sustituidos por la prepotencia, el trapicheo, la especulación, la incompetencia y el artificio, una tierra condenada, una vez más, a tener niños analfabetos y hambrientos, viejos enfermos y desatendidos, trabajadores-esclavos sin derechos laborales, un país donde solo sobrevivirán zombis con la dignidad usurpada, sepultados bajo una montaña de miedo, tristeza, melancolía y la añoranza de lo que pudo haber sido y no fue.
Nuestra responsabilidad ha sido creernos el cuento que nos contaban: podíamos tener un techo bajo el que sorber nuestras lágrimas y cobijar nuestras caricias (a costa de hipotecarnos de por vida), un automóvil con el que movernos más libremente, una sanidad y una educación universales, y unos vinos con los amigos.
Ya no queda nada que perder, o hacemos frente a esta masacre que están perpetrando esa pandilla de trileros llamados políticos y sus jefes, los usureros sociales escondidos bajo el paraguas de los mercados o nos imponen –bajo eufemismos tales como recortes, ajustes, racionalización, productividad, competitividad– un modelo social basado en la arbitrariedad y la miseria.