Para completar este tiempo de relax, empiezo con otro de los cuentos leoneses. Espero terminarlo hoy.
¡Anamaríaaaaaaaaaaaaa! "Pa" que te lo encuentres el lunes y me digas que tal... jajjajajajjjajajja. Un abrazo.
EL NOVIO
Cuando me retiré a mi casa, después de media noche, hora en que solía disolverse nuestra habitual tertulia, formada casi exclusivamente de periodistas jóvenes, en un rincón del Café Iris, nada sospeché, ni pude advertir la menor anormalidad en el exterior de la casa frontera de la mía que pudiese revelarme la muerte, ocurrida momentos antes, de la linda vecinita del principal.
¡Anamaríaaaaaaaaaaaaa! "Pa" que te lo encuentres el lunes y me digas que tal... jajjajajajjjajajja. Un abrazo.
EL NOVIO
Cuando me retiré a mi casa, después de media noche, hora en que solía disolverse nuestra habitual tertulia, formada casi exclusivamente de periodistas jóvenes, en un rincón del Café Iris, nada sospeché, ni pude advertir la menor anormalidad en el exterior de la casa frontera de la mía que pudiese revelarme la muerte, ocurrida momentos antes, de la linda vecinita del principal.
Los arcaicos signos funerarios con que se llamaba la atención de los transeuntes sobre la existencia de un cuerpo insepulto, fueron los que al día siguiente, cuando me levanté y dirigí mi primera mirada a la calle, tras las vidrieras del balcón, me trajeron, con la primera noticia, la impresión dolorosa del infortunio de aquella pobre niña, cuya salud tanto nos había preocupado a todos cuantos hubimos de conocerla.
¡Pbre Pilarito! Así se llamaba familiarmente, asociado, por contraste quizá, el extraño diminutivo a aquella muñeca tierna y delicada, víctima de una enfermedad incurable en ella, mártir de su enamorada juventud. Aún recordaba yo la última noche que la ví antes de caer enferma por primera vez, despidiéndose de su novio, un poco apartdos ambos de las amigas, que venían a aquella hora del tennis, previa una vuelta por el paseo al retirarse a sus casas. Con su vestido blanco jugando indolentemente sus manos con la raqueta mientras hablaba y reía al escuchar tiernos arrullos y rendidas frases, parecía envolver entre las sombras de la noche toda su figura de virgencita enamorada en el casto fulgor de aquellos ojos grandes y obscuros, ojos leoneses, no muy rasgados, de luz mate, de profundo mirar, en que resplandecía, bajo la serenidad de su frente de raso, con una voluptuosidad armoniosa y dulce, de gentil y confiado abandono.
Porque la pasión prendió en su sentir de amorosa niña solo para turbar una risa franca entre los labios rojos, como si a ellos asomara el alma su inocente alegría?. Aquel humilde drama del corazón, desarrollado en el pecho de una niña enferma, no pudo tener mejores auspicios. Respondiendo a ellos, brotaba eternamente la sonrisa de felicidad que acogía las miradas de adoración muda dirigidas a aquel ángel, el cual instalábase en su balcón como en un altar venerado, para devolver desde allí todo el amor que inspiraba su belleza.
Por las noches, sobre todo, entregábase aquel amor a sus más dulces expansiones, a que dificilmente ponían fin las despedidas interminables, seguidas de nuevas frases de cariño, nunca lo bastante reiteradas para la confianza amorosa de ambos corazones que sólo por algunas horas se habían de separar.
La voz del novio, frívola y opaca, de inflexiones tiernas, algo enroquecidas por el vicio, llegaba desde abajo, desconsoladora para la pobre niña:
-Adiós, vidita, hasta mañana.... Ya sabes que vendré. Adiós.... es muy tarde.
La voz del novio, frívola y opaca, de inflexiones tiernas, algo enroquecidas por el vicio, llegaba desde abajo, desconsoladora para la pobre niña:
-Adiós, vidita, hasta mañana.... Ya sabes que vendré. Adiós.... es muy tarde.