Cuando le fué permitido a Pilarito salir de paseo no podía imaginar que la esperara una sorpresa como la que recibió su amor del hombre que supo hacer olvidar su desvío con palabras en que, aún así, no halló él tantas disculpas como razones supo ella encontrar en su cariño para disculparle. Pesábale a Pilarito, no ya todo reproche, sino la menor pregunta, a que solo su corazón bastaba para contestar fielmente. Comprendió que no podía menos de querer a aquel hombre, y le quiso de nuevo, si es que había dejado de amarle. Halló entonces Pilarito en sus padres una voluntad decididamente opuesta a la continuación de tales amores. Pero la prohibición fué inutil. Reanudaba la novia los ensueños venturosos que habían tejido ya sus manos virginales y que embellecieran sus ojos de amor, con la luz de su mirada, y su boca, con las emocionadas frases de la pasión primera. Y, en tanto la dolencia volvía, avanzaba cautelosa, para apoderarse otra vez del cuerpo núbil; repetíanse los accesos de dolor, los estremecimientos alarmantes, las contacciones involuntarias, aquella sensación angustiosa en que disponía a la pobre niña la menor inquietud.
Con los nuevos avisos del mal coincidieron los disgustos en casa, cuando la tenacidad de Pilarito llegó a irritar, primero, a impresionar, después, profundamente a los padres. Bien a despecho de éstos, aquella tenacidad logró sobreponerse. Y todos transigieron, porque temieron todos un nuevo amago de lo que ya, por ocultárselo a todos, en defensa de su cariño, hacía sufrir doblememte a la enamorada enferma. Llegó un día en que ésta no pudo seguir ocultando el progreso invasor de aquel mal que, al volver de nuevo, vlavó la garra sobre sus débiles hombros, como en son de desafío a toda voluntad que pretendiera combatirle. La neuritis llevaba tras de sí una parálisis del serrato, cuyos síntomas no habían podido revelarse claramente, confundidos con los sufrimientos que hasta entonces se manifestaran en la pobre niña, atenta siempre a lo que para ella constituía en el mundo toda la felicidad. Y la prohibición sobrevino terminante contra cualquier sacrificio de la enferma por amparar su cariño y su deseo.
Vamos a seguir con el cuento "EL NOVIO". A ver si lo acabo esta noche.
Acaso era tarde ya. Pero todavía supo ella esperar hasta las altas horas de la noche para burlar la vigilancia de los padres, vigilando ella su sueño, durante el cual hablaba con el novio, mientras temblaba su cuerpo, estremecido por el frío, contraíase el rostro angustiosamente, bajo el imperio del dolor que arrancaba a Pilarito lágrimas irreprimibles, ocultas en la sombra. Ni Julio temía esto, ni era capaz de sospecharlo, ni preguntó nunca el móvil de tal actitud en la familia. Por temer su novia que lo conociese, inquietábala sólo presentir que, sabiéndolo él ya, se encerrase en la reserva que no acertaba a tranquilizarla, por dudar a que atribuirla. De su error la sacó él mismo con su despreocupación, acaso sorprendida por los comentarios a que debieron responder las palabras que con sobresalto oyó Pilarito una noche:
-A propósito..... En el Casino oí... no.... me dijeron que estabas enferma de cuidado, y me preguntaron a mí, que nada sé. Supongo que será mentira, pues que lo supieran todos menos yo....
Acaso era tarde ya. Pero todavía supo ella esperar hasta las altas horas de la noche para burlar la vigilancia de los padres, vigilando ella su sueño, durante el cual hablaba con el novio, mientras temblaba su cuerpo, estremecido por el frío, contraíase el rostro angustiosamente, bajo el imperio del dolor que arrancaba a Pilarito lágrimas irreprimibles, ocultas en la sombra. Ni Julio temía esto, ni era capaz de sospecharlo, ni preguntó nunca el móvil de tal actitud en la familia. Por temer su novia que lo conociese, inquietábala sólo presentir que, sabiéndolo él ya, se encerrase en la reserva que no acertaba a tranquilizarla, por dudar a que atribuirla. De su error la sacó él mismo con su despreocupación, acaso sorprendida por los comentarios a que debieron responder las palabras que con sobresalto oyó Pilarito una noche:
-A propósito..... En el Casino oí... no.... me dijeron que estabas enferma de cuidado, y me preguntaron a mí, que nada sé. Supongo que será mentira, pues que lo supieran todos menos yo....
Aguardó la respuesta. Y escuchó la confesión dolorosa, que acompañó el llanto, imposible de contener aquella noche. No, no era mentira. Por que le quería tan de veras, lo sabían todos menos él. Fácil le fué a Julio el intento de tranquilizar a la novia doliente, ya que a él le dejó tranquilo la revelación. pero ella no podía más. La enfermedad había vencido, y ni disimulos ni abnegaciones podían ya seguir encubriendo las señales terribles de su desgracia. El novio cambió de parecer. Eso era otra cosa. Si la enfermedad no les impedía verse, podían seguir como hasta entonces. Pero no viéndose, no pudiendo hablar, lo mejor era dejarlo.
Pilarito no volvió a ver a su novio. El desengaño acabó de quebrantar su débil organismo, martirizado por los anhelos e inquietudes de aquel amor. A no querer continuar dándole la vida, aprovechando para ello el menor descuido que advertía en su casa, tal vez se hubiera curado la enamorada enferma. Así se agravó más. Pagados con el desvío los sacrificios que a costa de su salud se impuso y que acarrearon la agravación del padecimiento, las energías todas de la linda vecinita parecían haberla abandonado también, dejándola como un triste mísero despojo en aquel sillón, sobre el cual se incorporaba con gran esfuerzo cuando se veía sola un minuto, llegándose al balcón de tantos recuerdos felices, para dejar allí correr sus lágrimas pos las mejillas, que el dolor había demacrado, y mirar durante algunos momentos a través de los cristales con expresión de infinita pena.
No podía Pilarito arrancar sentidos acentos al piano como algunos meses antes, cuando iba convaleciendo ya y parecía sentir miedo de entrar nuevamente en la vida. Recordaba yo aún su preferencia por ciertas obras, entre ellas, El crepúsculo, de Massenet, cuyo poemita se acompañaba algunas tardes, sin que pudiera advertirse que lo iba cantando más que por el leve movimiento que se percibía en sus labios sin color. Pálidos aún por la fiebre que poco antes les abrazara y que marcaban los versos de ingenua melancolía como si pretendieran besar aquellas frases, cuyo rumor acallaba el piano dulcemente:
Comme un rideau, sous la blancheur
de leurs pétales rapprochées,
les lis onte enfermé leur coeur.....
Comme un rideau, sous la blancheur
de leurs pétales rapprochées,
les lis onte enfermé leur coeur.....
Pero llegaba después la obra deseada, a la que siempre había de confiar el corazón de Pilarito sus tristezas. ¿Por qué sin alcanzar un dominio del arte que la permitiese expresar con ajustada norma la idea pujante del genio, derramando en la obra maestra toda la pasión que el númen musical exigía y había inmortalizado, instintibamente ejecutaba Pilarito aquel tema de inspiración y dolor a un ritmo inesperado y profundo que su tristeza ponía en las notas, ampliados los silencios, vibrantes los gemidos de angustia que parecían estremecer su alma, sin que aquellos acentos dolientes, evocadores de cuanto doloroso y triste lleva dentro el corazón, desfigurasen, al narrar la muerte de las ilusiones, el sentimiento de verdadero dolor que inspiraba el poema musical?
Tema de dolor era su obra. Quizás, únicamente, en fuerza de pasar sus ojos por las notas desoladas que las alas del genio estremecieron, antes de plegarse bajo la fuerza abrumadora del dolor humano, los dedos de Pilarito, pálidos aún, conseguían pulsar con vibraciones de artista la obra dificil de ser interpretada con el ajuste y el vigor que requería la creadora grandeza de una mente gloriosa. Confiando al piano las lágrimas que acaso un resto de esperanza no permitía derramar a sus ojos; dejando antes dormir en el teclado un sinnúmero de notas que no respondían a su estado de amargura; sin que las ideas melódicas renunciasen a ocultar su atropellada fuga de lenguaje íntimo y tierno que el alma entristecida rehusaba darlas, emtraba pronto el espíritu en la región familiar del dolor silencioso, del sufrir callado, en que sin saber por qué se asociaban los ajenos pesares a la resignada expresión del propio sentir, confundiéndolos todos en una sola tristeza, de la que eran eco los sones profundos, los murmullos contenidos de un tímido vibrar, hasta que una nota trémula, aislada como lapso de un suspiro, cortaba la narración del dolor hecho harmonía y se negaba a dar paso al torrente de ilusiones que hacía resurgir el poema, pretendiendo inundar la estancia misteriosa, la calle solitaria y obscura, con nuevas ráfagas de vogorosa pasión, de eterna juventud.
Y no podía tocar; no le quedaba ese triste consuelo a Pilarito. Si se acercaba al piano alguna vez, caían sobre el teclado sus manos con desfallecimiento. Ni tampoco le era permitido movimiento alguno. De abandonar el silloón por un instante, lo hacía cuando quedaba sola, aproximando a las vidrieras sus ojos obscuros, su frente de raso, como mariposa que aleteara en los cristales cerrados porque buscase morir allí. Cada día estaba peor, Languidecía su bella figura; se notaba el hombro derecho algo desviado, en una forma extraña, de su posición natural. Los comentarios del mundo, que vió sólo con curiosidad cómo Pilarito era olvidada del novio en su enfermedad primera, y se indignaba contra el nuevo abandono cuando vió que al fin se moría la pobre niña, estaban en esto llenos de razón: Pilarito se moría. Debía ella saberlo, pues aunque su increible abnegación la llevaba a decir que no estaba mal, que no debían preocuparse tanto por el estado de su salud, al verse sola sentíase desfallecer, lloraba amargamente, y, sin embargo de cerrarse su alma a toda ilusión, lo mismo que el corazón de los lirios de su romanza, ansiaba la soledad durante el día, al contrario de lo que hacían desar los insomnios de la noche.