En la riega y en la collada se hablaba tal de Maruca,...

Se me fue sin introducción. Borro y vuelvo a empezar.

Quería empezar diciendo, que me iba a relajar un rato con otro cuento de esa edición, ya presentada, de 1931, del libro "CUENTOS LEONESES".
Bueno lo de relajarme es un decir, porque le tengo que dar a la tecla, pero la lectura siempre es gratificante, y te despeja la mente de otras preocupaciones.

ME GUSTA LA MIEL QUE ES DULCE

En la penumbra del establo, a la que tímidamente reta con sus guiños un candil de cobarde luz, agrúpanse mozas y vuejas, a quienes juntaron, quizás hasta media noche, el calor y los juegos y consejas del hilorio. Apelotándose allí las cabezas de trenzadas crenchas, negras las más y libres de la nieve que ha blanqueado algunas. Entre fábula y villancico y pique de dichos o puja de donaires, por acaso resuena, en apartado rincón que la oscuridad envuelve, la canturia de algún rapaz que atiende al menester del ganado en reposo. Preside aquel continuo trajin de la velada, aquel rítmico agitarse de todos los brazos, aquel danzar de los huesos en torno de las ruecas, con rumor que se apaga entre risa, el viejo de ojos mortecinos, que hacen por su cuenta guiños a la luz y, queriendo huir del sueño en la soledad, al calor de la vida van cerrándose. Una vez más la gente moza, que hila y cuchichea, demanda del viejo sabedor de romances la historia prometida del tejedor infortunado que, allá en tiempos, vino al lugar, para huir de él asi que la muerte se llevó a su hija, que diz que murió de amor. De entonces acá, los ahorros de la hila lleváranselos otras manos. Y más de una vez, cerca el arribo de las noches de hilandón, tentó a las mozas el afán de saber el porqué de aquel tanto amar de que la zagala muriera. << ¡Que lo cuente! ¡Que lo cuente!>>. Y los ojos del anciano, cansado de ver vida, ábrense al fin, mientras los labios, primero de narrarla, le tiemblan al recordar la muerte de la cuitada moza.

Tanto teiempo no creyérades que va pasando si os dijera que los años que há no se alongan a más de mis mocedades, y ya son muchos. En ellas me alcanzó la llegada de Mariuca, y a verla acudieron de todo el contorno los que oyeron el decir de que era hermosa en fiestas y romerías. Si entre las mozas de aquel entonces no se hallaba cuerpo tan majo como el suyo. la gloria de su reir era alborozo de los corazones que la querían, que por ella hubo en la comarca andancio de quereres. Sus ojos eran ¡Madre soberana!, como dos regalos que del cielo de la noche hiciera a la cara divina moza con luz de esas estrellas grandes que vemos en Agosto sobre el monte. Más de alguna que después fué madre, y cuyos ojos miraban con la misma luz que los vuestros, sintió envidia de aquellos ojos. Y eran las ondas de su pelo surcos de amor que parecían rizar los ángeles con besos de sus bocas sin pecado.

En la riega y en la collada se hablaba tal de Maruca, que las rapazas todas, heridas del desvío de su cortejo, deseábanla un galán que apartara con su querer aquel recuerdo de la cantinela de los otros galanes. Parlaban ellos de lo mismo en toda estaba, y si andaban en el hato o en la robleda, terqueando por verla siempre que el cuido de la hacienda les dejaba libres. Pero Maruca tenía otro enseño, que sólo el camino de la fuente i el trajin del cernidor sacábala del su retiro, donde no podían malvarla ni el sol ni el aire. ¡Así eran tales brotes de rosa de sus mejillas y tanta la su finura!
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Y ahora seguimos con el cuento, donde lo dejamos...

Temida andaba la moza con aquel pasmarse todos de verla cuando el aquél de verla pintaba. Esto era en días del Señor, o de venir danzantes, o si se escuchaba aende, por la canícula, tornando al lugar. el son de las riberiegas, llevado por el pandero. Estoy por deciros que de todas las bocas salían las mismas alabanzas: << ¡Es Mariuca! ¡Mariuca! ¡La hija del linero! ¿No sabéis? ¡Mariuca!>> con decir su nombre se había emponderado lo mejor del mundo. Como en Zaguán de ostal la gañanía, juntábanse los mozos en su redor, por decirla finezas y ayes. Y siempre, siempre pintaba a todos el parlar de su cariño a la forastera, lo mismo que el contrubar a la gloria de aquella flor gustábale a algún rapagón amorado ya, o el comento de la ausente era la gula de todos los labios en las hiladas de aquel entonces, desde que escomenzaba la vela el encordar la noche de Difuntos. ... (ver texto completo)