El tío Varisto daba frecuentes paseos por aquella especie...

El tío Varisto daba frecuentes paseos por aquella especie de atalaya que había elegido en la esplénida tarde de agosto que veía morir. Llevando al hombro su tercerola de guarada jurado, recorría inquieto el montículo que sustentaba sus pies, esperando la ocasión de cruzar rápido el río por el puente de leños y volar al encuentro de D. Jerónimo, bíen ocultándose de su mirada como el tío Varisto lo sabía hacer.
Harto meditado lo tenía durante las tardes aquellas en que viera al cacique pasar por el alto del valle, sin compañía alguna, de vuelata para el pueblo. Ahora no vendría solo, sino con el sobrino, con aquel D. Edmundo que estaba matriculado en León como agente de negocios, según rezaba el rótulo de su puerta, pero que más perecía cómplice y auxiliar en el sinnúmero de bribonerías que D. Jerónimo estaba cometiendo incesantemente.
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El buen sobrino había llegado al pueblo el día antes, con el fin de pasar la temporada de verano que tenía por costumbre al lado de su tío y protector. No perdería el tiempo sin urdir nuevas trapisondas, semejantes a la que amenazaba al tío Varisto con dejarle sin pan. Muchas eran las víctimas de semejante jugarreta, pero ninguna corría el peligro de quedarse en un desamparo como el suyo si D. Jerónimo continuaba el pleito que contra ellos tenía entablado.
Cuando aquel ser lleno de codicia compró ... (ver texto completo)