El expolio sufrido en su derecho por los antiguos censatarios del duque, merced a un fraude sin igual, le había convertido a todos en esclavos de un cacique logrero, y las fincas en que ellos tuvieran antes un sagrado dominio quedaban ahora trocadas en instrumento de su esclavitud. Por culpa de aquel tunante se veía hecho guarda quien había sido toda su vida un humilde labrador. ¡En buen embrollo les había metido, tan pronto como se vió dueño de tales haciendas, el que era realmente amo y señor de sus vidas!. El tío Varisto no podía olvidar la escena en casa del cacique. Todos se habían congregado allí, por orden suya, para exigírles el reconocimiento de su dominio, asegurándose D. Jerónimo que se trataba de una simple formalidad. En el sórdido despacho donde se tremaran tantas bribonadas contra ellos, año tras año, les había citado aquel hombre para que firmasen cada uno el documento por el que se declaraba beneficiario de las tierras que venía cultivando y estaban sujetas al foro, confesando su deber, para en adelante, de pagar a D. Jerónimo el canon que las gravaba desde tiempo inmemorial.
-Podéis ir firmando, cada uno en su hoja- les dijo-, que yo abonaré el reintegro de la documentación, y ya nos entenderemos sobre el pago de los derechos reales. Por eso no hemos de reñir. Podéis firmar, y despachad pronto, que éste es un requisito de mero trámite.
-Podéis ir firmando, cada uno en su hoja- les dijo-, que yo abonaré el reintegro de la documentación, y ya nos entenderemos sobre el pago de los derechos reales. Por eso no hemos de reñir. Podéis firmar, y despachad pronto, que éste es un requisito de mero trámite.