Y todos habían suscrito aquel maldecido papel que les...

El expolio sufrido en su derecho por los antiguos censatarios del duque, merced a un fraude sin igual, le había convertido a todos en esclavos de un cacique logrero, y las fincas en que ellos tuvieran antes un sagrado dominio quedaban ahora trocadas en instrumento de su esclavitud. Por culpa de aquel tunante se veía hecho guarda quien había sido toda su vida un humilde labrador. ¡En buen embrollo les había metido, tan pronto como se vió dueño de tales haciendas, el que era realmente amo y señor de sus vidas!. El tío Varisto no podía olvidar la escena en casa del cacique. Todos se habían congregado allí, por orden suya, para exigírles el reconocimiento de su dominio, asegurándose D. Jerónimo que se trataba de una simple formalidad. En el sórdido despacho donde se tremaran tantas bribonadas contra ellos, año tras año, les había citado aquel hombre para que firmasen cada uno el documento por el que se declaraba beneficiario de las tierras que venía cultivando y estaban sujetas al foro, confesando su deber, para en adelante, de pagar a D. Jerónimo el canon que las gravaba desde tiempo inmemorial.
-Podéis ir firmando, cada uno en su hoja- les dijo-, que yo abonaré el reintegro de la documentación, y ya nos entenderemos sobre el pago de los derechos reales. Por eso no hemos de reñir. Podéis firmar, y despachad pronto, que éste es un requisito de mero trámite.

Y todos habían suscrito aquel maldecido papel que les llevaba a la perdición, sin que ninguno se atreviera a exteriorizar desconfianza en la presentación de una fórmula que, por otra parte, era de rigor y no hacía suponer maldad de ningín género en los propósitos del endiablado cacique.
Hasta que no llegó la recogida de la cosecha no hubo de descubrirse la feroz engatada. El primer forero a quien se le ocurrió ir a entregar la D. Jerónimo, después de la recolección, el canon en especie que era de costumbre, fué quien se enteró, con gran asombro suyo, aterrado por lo que oía, de toda aquella desgracia, escuchándola de labios del mismo aforante, que encorvaba aún más su figura arrugada para amedrentar al pobre colono.
- ¿Qué es lo que traes ahí? ¿Que trigo es ese? -hubo de preguntar.
-El del foro, señor.
- ¿Qué foro?
-El que le debo, el de las finsa que trabajo y que, al parecer son de usté también ahora.
- ¿Cuales? ¿Las compradas al duque? ¿Y eso es lo que traes? ¡Estamos frescos! ¿Con que foro, eh? Mira si quintuplicas la cantidad; procura leer el documento que tienes en casa. y entérate de lo que eres en deberme.
- ¿Qué documento, D. Jerónimo?
- ¿No te acuerdas de que lo firmaste por duplicado y que te dí uno de los ejemplares? ¡Qué poca memoria!.