Consternado se fué a su casa el tío Varisto. No cabía duda; la desgracia era cierta, quizás irremediable. Así lo entendían aquellos campesinos vilmente defraudados. Y ¿qué hacer? Trataron de reunirse todos para ir a visitar al autor de tal perfidia, pero D. Jerónimo les hizo saber de nuevo que sólo les recibiría separadamente y que, si se trataba de la cuestión del foro, excusaban la molestia, pues había dicho ya su última palabra y los tribunales resolverían lo procedente. Vista la actitud del cacique, fueron a León para consultar con diferentes abogados sobre tan desdichado asunto. Uno de ellos se comprometió a defenderles invocando la buena fe de los lugareños sorprendida por el nuevo señor del foro; pero cuando se enteraron de los gastos, tan excesivos para sus fuerzas, que la defensa les iba a originar, unidos a la minuta consiguiente los derechos de arancel del procurador y el posible pago de costas, con más, la necesidad de la previa provisión de fondos, renunciaron bastantes foreros a plitear, ya que su pobreza no le permitía semejantes lujos y les condenaba a sucumbir sin lucha posible contra el pillo que tan cínicamente les estafara.
El tío Varisto era, con seguridad, de los colonos más míseros que había en el pueblo. Las menguadas fincas foreras que le pertenecían y cuatro terrones casi exahustos de toda fertilidad que había recibido de su mujer, por lote en la herencia de los padres, junto con la pobre choza en que vivían, eran su única fortuna en cuanto a bienes inmuebles, constituyendo los muebles el triste ajuar de un más triste labrador, acosado por deudas y contribuciones, y una flácida yunta que se tenía en pie, cuando se arrastraba tierra adelante, sin duda por ley de inercia. Imposible que pudiese el tío Varisto costear su parte de gastos en el pleito que aventuraban los más arriscados compañeros, víctimas como él de tal despojo, cuando le invitaron a defenderse contra el nuevo señor del lugar. El pobre aldeano se conformaba con estar a la espera de lo que resultase, para entablar su reclamación oportunamente si se ganaba el juicio; pero su desesperación fué inmensa cuando le entetaron de que lo mismo necesitaba reclamar en justicia, con todas las formalidades de la ley y gastos consiguientes al planteamiento de la reclamación, para poder hacerse partícipe en su día de los beneficios que pudiera depararle el fallo venturoso.
Y ahora antes de retirarme, voy a seguir con el cuento. A ver que le depara al tío Varisto...
Creyó volverse loco el tío Varisto. La ruina era inevitable. Habló en su casa de vender la miseria ue tenía y emigrar, Nadie le contestó, pero el llanto acongajado de la hija, aquella pobre moza que veía perder so cortejo, un mozo honrado y cabal, le contuvo en su decisión. Le entró alguna esperanza cuando supo que, en premio a su retirada del pleito, había conseguido el cacique para algunos de sus colonos la concesión de varias roturaciones en el monte que dentro de aquel término poseía el Estado. Al tío Varisto le parecía tal concesión un disparate, pues con ello no se ontenía otra ventaja que la de tres o cuatro grandes cosechas, para quedar después aquella tierra completamente estéril. Sin embargo, se decidió a solicitar de D. Jerónimo que gestionase para él la misma gracia, y quien sabe si posteriormente se alcanzaría el permiso para nuevas roturaciones. Así se lo expuso con temblorosa voz al amo, escuchando de él una repulsa en que harto elocuentemente le hacía ver que nadie haría en su obsequio por una razón bien sencilla: porque el tío Varisto. a causa de su pobreza, no le inspiraba temor alguno respecto al asunto del foro.
Creyó volverse loco el tío Varisto. La ruina era inevitable. Habló en su casa de vender la miseria ue tenía y emigrar, Nadie le contestó, pero el llanto acongajado de la hija, aquella pobre moza que veía perder so cortejo, un mozo honrado y cabal, le contuvo en su decisión. Le entró alguna esperanza cuando supo que, en premio a su retirada del pleito, había conseguido el cacique para algunos de sus colonos la concesión de varias roturaciones en el monte que dentro de aquel término poseía el Estado. Al tío Varisto le parecía tal concesión un disparate, pues con ello no se ontenía otra ventaja que la de tres o cuatro grandes cosechas, para quedar después aquella tierra completamente estéril. Sin embargo, se decidió a solicitar de D. Jerónimo que gestionase para él la misma gracia, y quien sabe si posteriormente se alcanzaría el permiso para nuevas roturaciones. Así se lo expuso con temblorosa voz al amo, escuchando de él una repulsa en que harto elocuentemente le hacía ver que nadie haría en su obsequio por una razón bien sencilla: porque el tío Varisto. a causa de su pobreza, no le inspiraba temor alguno respecto al asunto del foro.
El margo rencor por esta nueva cobardía le produjo al labriego tal angustia, tal dolor en el alma, que trató de desterrarlo, a fuerza de proponérselo, para no morirse. De aquellas largas vigilias, durante tantas noches, en que los ojos, fijos en la oscuridad, trataban de disipar las negruras del porvenir, nació el deseo firme de no doblegarse más ante el destino, de defenderse contra el escarnio que había podido inspirar su insignificancia. Se propuso no perdonar medio para conseguirlo. Y, para ello, lo primero era vivir. Así es que cuando se subastó aquel año el cargo de guarda del Valle Arriba, pujó de tal manera a la baja, que la guardería fué para él. Su familia se alarmó justamente. Con el nuevo oficio, ¿como pensaba hacer aquel verano los trabajos de recolección?. Pero el tío Varisto se mantuvo inflexible. Él no dejaba aquello. Que se arreglasen como pudieran. Los dos hijos, tanto la chica como el mozo, y la mujer eran muy bastantes, reventándose a trabajar, para sacar adelante la cosecha. Él ganaría poco de guarda jurado, pero no era gravoso a la casa durante todo aquel tiempo.
-Ati cuenta lo que eso me gustará-decía a la tía Sinda, su mujer.-Sabes que de mozo fui cazador. Yo, a lo mío, puesto que me lo han dao. Atendei, atendei vosotros a la labranza. ¡Pa lo que va a durarnos!.
-Ati cuenta lo que eso me gustará-decía a la tía Sinda, su mujer.-Sabes que de mozo fui cazador. Yo, a lo mío, puesto que me lo han dao. Atendei, atendei vosotros a la labranza. ¡Pa lo que va a durarnos!.