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AL TRASLUZ

Empecemos

EDUARDO AGUIRRE 04/09/2012

Me crucé ayer con Gamoneda. Bajaba absorto en sus pensamientos, tanto que no le di los buenos días, ni le dije lo mucho que me había gustado la entrevista que el pasado sábado publicó este periódico. «Para ser feliz hay que tener capacidad para olvidar e ignorar», afirmaba en el titular. Pues sí, hay huecos en nuestra memoria por los que conviene que se nos marche —tal desagüe— la sangre de nuestras heridas. Al día siguiente, este periódico publicaba una entrevista a Andrés Trapiello, ambas firmadas por Verónica Viñas, en la que afirmaba: «La reconciliación nos incumbe a todos, y pasa, paradójicamente, por la memoria, pero también por el olvido». Los dos autores estarán en breve en las librerías con sus nuevas obras; Gamoneda con el poemario Canción errónea, Trapiello con una novela en la que aborda, entre otros temas, la guerra civil: Ayer no más. No son amigos, pero me pareció que sus declaraciones se complementaban entre sí como un yin y un yang. ¿Los contrarios lo son tanto como ellos creen? Llegados a este punto, hay que escribir ya esa palabra cargada de ecos: perdonar. Es el gran infinitivo, un verbo muy poco declinado en España: yo perdono, tú perdonas, él perdona, nosotros…

Por cierto, Azaña, el único político español cuya oratoria es comparable a la de Churchill, le dijo a Ángel Osorio en 1937: «Alguien ha de empezar aquí a no fusilar a troche y moche. Empezaré yo». No se le dejó. Murió de tristeza, como Machado, pero perdonando, o con conciencia de la necesidad de perdonar, que ya es mucho. Quien perdona renace.

Y cuando ni olvidar ni perdonar es posible, entonces, sí, hay que aferrarse a ese «ignorar» que menciona Gamoneda. Quizá, olvido sin perdón, aunque comprensible y legítimo en ciertos casos, conlleve quedarse en la puerta sin adentrarse en ella. Pero sí, perdonar es el gran infinitivo. Y no solo lo ocurrido hace mucho, en la guerra de nuestros antepasados, pues hoy mismo alguna Troya está siendo devastada, alguna promesa rota, algún amor quebrado, alguna amistad traicionada…. Cada día, cada instante, alguien ha de empezar a perdonar, como quiso Azaña. Empecemos. Y la literatura nos ayuda a ello, pues el buen escritor nos aporta más de lo que él mismo cree tener.