RECORDANDO.....
Autora: Nieves Elena Morán de Olenka
Es el año 1920. En el mes de julio. Hace frío en el Sur de América, aunque no tanto como el que hacía en el invierno de Portilla de Luna. A veces, el abuelo José recuerda no sin melancolía, la blancura con que la nieve cubría el techo de su casa de piedra allá en León.
No era un hombre alto, lo que no le había impedido pelear en Cuba hasta la capitulación española en agosto de 1898. Al tiempo de regresar a España se casó con Francisca, la joven de ojos oscuros y largo cabello recogido en una trenza, que esperaba ansiosa su regreso. Don Manuel y doña Regina, los padres de ella, aceptaron de buen grado que su única hija se casara con el joven José que ya había recorrido el mundo, aunque haya sido con un fusil al hombro y sin saber demasiado qué había ido a hacer a América.
Francisca y José se casaron en la iglesia del pueblo una mañana de julio de 1902. La novia por todo adorno llevaba un peinetón que sostenía la mantilla que había sido de su abuela y el brillo de sus ojos pardos iluminaba su pequeño rostro.
Fueron a vivir en el número 12 de la Calle Real y al año siguiente nació Magín, su primer hijo. Luego llegó Saulo, un niño muy pequeño con inmensos ojos azules. En 1906, en el mes de diciembre dos días después de la Navidad, nació José. Él también tenía los ojos celestes. Nevó tanto ese día que no fue posible trasladarse hasta el Ayuntamiento para anunciar el nacimiento del niño sino hasta tres días después.
Doña Regina murió una fría mañana de enero y don Manuel mientras arreglaba las sillas y hacía los muebles para los vecinos apenas vio crecer a sus nietos. El siglo XX comenzaba tímidamente a mostrarse y los labradores en España poco podían hacer para progresar. Apenas se ganaban unos pocos duros para sostener una familia. Se decía que lejos de allí, cruzando el océano en el Sur de América, la Argentina recibía con los brazos abiertos a todos los hombres de buena voluntad que quisieran habitar su suelo.
Francisca insistió a su padre para que los acompañara, no quería irse de allí dejándolo solo. “-Padre, en América podrá ser el carpintero del pueblo. ¡Venga con nosotros! Yo debo seguir a mi esposo adonde él vaya y si usted se queda aquí ¡se me partirá el corazón!” Don Manuel descruzó sus manos grandes y hábiles y abrazando fuertemente a su hija, con voz ronca, le recordó que allí lo esperaba Regina y que para él, América estaba demasiado lejos.
El 7 de octubre se celebró la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, Patrona de Portilla. En el portalón de la iglesia se reunieron los vecinos después de misa. Y comenzó la feria y más tarde siguió la fiesta. Francisca y José bailaron y rieron juntos por última vez en su pueblo.
Pronto comenzaron los preparativos para irse y, aunque tenían pocas cosas, las repartieron entre los vecinos y compadres. Sólo podían llevar algo de ropa y lo que no cabe en una maleta, ilusiones, desarraigo, montones de preguntas acerca de cómo será la nueva vida...
El vapor “La Blanca” los dejó en el puerto de Buenos Aires el 2 de diciembre de 1909. Un inmenso Hotel de Inmigrantes los acogió. “Pero si este lugar es tan grande como Portilla y hay aquí más gente que en Los Barrios de Luna!” – pensó Magín, el mayor de los hijos. José miraba asombrado desde sus tres años y no se desprendía de la mano de su madre por miedo a perderse entre el gentío.
Autora: Nieves Elena Morán de Olenka
Es el año 1920. En el mes de julio. Hace frío en el Sur de América, aunque no tanto como el que hacía en el invierno de Portilla de Luna. A veces, el abuelo José recuerda no sin melancolía, la blancura con que la nieve cubría el techo de su casa de piedra allá en León.
No era un hombre alto, lo que no le había impedido pelear en Cuba hasta la capitulación española en agosto de 1898. Al tiempo de regresar a España se casó con Francisca, la joven de ojos oscuros y largo cabello recogido en una trenza, que esperaba ansiosa su regreso. Don Manuel y doña Regina, los padres de ella, aceptaron de buen grado que su única hija se casara con el joven José que ya había recorrido el mundo, aunque haya sido con un fusil al hombro y sin saber demasiado qué había ido a hacer a América.
Francisca y José se casaron en la iglesia del pueblo una mañana de julio de 1902. La novia por todo adorno llevaba un peinetón que sostenía la mantilla que había sido de su abuela y el brillo de sus ojos pardos iluminaba su pequeño rostro.
Fueron a vivir en el número 12 de la Calle Real y al año siguiente nació Magín, su primer hijo. Luego llegó Saulo, un niño muy pequeño con inmensos ojos azules. En 1906, en el mes de diciembre dos días después de la Navidad, nació José. Él también tenía los ojos celestes. Nevó tanto ese día que no fue posible trasladarse hasta el Ayuntamiento para anunciar el nacimiento del niño sino hasta tres días después.
Doña Regina murió una fría mañana de enero y don Manuel mientras arreglaba las sillas y hacía los muebles para los vecinos apenas vio crecer a sus nietos. El siglo XX comenzaba tímidamente a mostrarse y los labradores en España poco podían hacer para progresar. Apenas se ganaban unos pocos duros para sostener una familia. Se decía que lejos de allí, cruzando el océano en el Sur de América, la Argentina recibía con los brazos abiertos a todos los hombres de buena voluntad que quisieran habitar su suelo.
Francisca insistió a su padre para que los acompañara, no quería irse de allí dejándolo solo. “-Padre, en América podrá ser el carpintero del pueblo. ¡Venga con nosotros! Yo debo seguir a mi esposo adonde él vaya y si usted se queda aquí ¡se me partirá el corazón!” Don Manuel descruzó sus manos grandes y hábiles y abrazando fuertemente a su hija, con voz ronca, le recordó que allí lo esperaba Regina y que para él, América estaba demasiado lejos.
El 7 de octubre se celebró la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, Patrona de Portilla. En el portalón de la iglesia se reunieron los vecinos después de misa. Y comenzó la feria y más tarde siguió la fiesta. Francisca y José bailaron y rieron juntos por última vez en su pueblo.
Pronto comenzaron los preparativos para irse y, aunque tenían pocas cosas, las repartieron entre los vecinos y compadres. Sólo podían llevar algo de ropa y lo que no cabe en una maleta, ilusiones, desarraigo, montones de preguntas acerca de cómo será la nueva vida...
El vapor “La Blanca” los dejó en el puerto de Buenos Aires el 2 de diciembre de 1909. Un inmenso Hotel de Inmigrantes los acogió. “Pero si este lugar es tan grande como Portilla y hay aquí más gente que en Los Barrios de Luna!” – pensó Magín, el mayor de los hijos. José miraba asombrado desde sus tres años y no se desprendía de la mano de su madre por miedo a perderse entre el gentío.
-Por cierto que se nos escapa lo más importante. Te ha gustado el relato?