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patadas, voluntarios empujando al camello, pérdida de las riendas, mordiscos a los voluntarios, y por fin dos municipales que empujando por la parte de atrás del camello consiguen que se levante. El jinete, que no lo esperaba, se balancea hacia atrás clavando su espina dorsal en la silla y rebotando hacia delante se agarra a la base del cuello del camello que le larga un bocado al brazo.
Y mi hijo y yo atónitos.
Por fin se calma la tempestad, el camello es reducido al orden y hasta el Rey Mago pide que le saquen una foto.
Cunde la satisfacción y un optimismo generalizado. Se va a comenzar con retraso, pero se han superado las dificultades.
El Jefe de la Policía Municipal asume el mando y comienza a organizar el desfile. Se colocan las llamas a la cabeza, llamas que resultaron ser guanacos, - también mamíferos artiodáctilos procedentes del altiplano andino, semejantes a las llamas aunque de mayor tamaño -, el trenecito a continuación, seguido de los pajes acompañantes de los Magos en orden según el color de sus ropas. Pero sin hacer caso al orden establecido, sin previo aviso, salen los guanacos entre dos filas de espectadores. Y los guanacos tienen la cochina costumbre de defenderse escupiendo. Y así a uno de los niños de la primera fila le cayó el primer salivazo.
- ¡Mamá!, ¡me ha escupido!
- No, hijo, que estos “animalinos son mu bonitos”.
Así contestaba la mamá alargando su brazo hacia el guanaco, y ¡zas! salivazo a la madre, a la vecina de la madre y a quien se pusiera por delante. Las filas se disolvieron a velocidad de vértigo, y más valió, porque en ese momento, ante los estupefactos ojos del Jefe de la Policía Municipal, no se puede decir que salieron sino que irrumpieron los camellos en dirección a la calle, sorteando el tren, atropellando a los pajes, y derrapando frente al muro de espectadores situados en la acera de enfrente.
Y cada camello tomó una dirección, y todos trataban de frenarles: los jinetes, los cuidadores, los espectadores y la Policía Municipal que reaccionó al instante.
Y los camellos, tercos como mulas, comenzaron a correr en círculo, haciendo una rueda de camellos, cuidadores, municipales y espectadores.
Aquello era una comedia, una tragedia, un esperpento.
Los jinetes tuvieron que soltar las bridas para poder proteger sus espaldas de los exageradamente altos respaldos de las sillas, y ocurrió la primera caída de un Rey Mago.
No sé cómo pudieron sujetar al camello, pero el Mago poniendo toda su voluntad trató de trepar a la silla, cosa que consiguió levantado en vilo por multitud de manos que le ayudaron en la tarea.
Y entre tanto los otros dos camellos habían emprendido una veloz carrera, en la que fueron seguidos por el tercero, y por los pajes y por Eleazar, que montado en el trenecillo quería emular al AVE. Y por los espectadores que no querían perderse tan divertido desfile, y que se apartaban de los guanacos, corriendo despavoridos en cuanto se sentían a tiro de aquellos guarros artilleros, y que cuando se quedaban a la popa de aquellos cochinos “mamíferos artiodáctilos” gritaban avisando a los demás:
- ¡Que escupen! ¡Que escupen!
Y los pobres y sufridos Magos, al trote de aquellos seres infernales que podrían ser llamados los Camellos del Apocalipsis, trataban de mantener el equilibrio, la verticalidad y el sitio sobre la silla, bien es verdad que con más voluntad que acierto, porque a la altura de la Plaza de las Minas ya se había producido al menos otra caída.
patadas, voluntarios empujando al camello, pérdida de las riendas, mordiscos a los voluntarios, y por fin dos municipales que empujando por la parte de atrás del camello consiguen que se levante. El jinete, que no lo esperaba, se balancea hacia atrás clavando su espina dorsal en la silla y rebotando hacia delante se agarra a la base del cuello del camello que le larga un bocado al brazo.
Y mi hijo y yo atónitos.
Por fin se calma la tempestad, el camello es reducido al orden y hasta el Rey Mago pide que le saquen una foto.
Cunde la satisfacción y un optimismo generalizado. Se va a comenzar con retraso, pero se han superado las dificultades.
El Jefe de la Policía Municipal asume el mando y comienza a organizar el desfile. Se colocan las llamas a la cabeza, llamas que resultaron ser guanacos, - también mamíferos artiodáctilos procedentes del altiplano andino, semejantes a las llamas aunque de mayor tamaño -, el trenecito a continuación, seguido de los pajes acompañantes de los Magos en orden según el color de sus ropas. Pero sin hacer caso al orden establecido, sin previo aviso, salen los guanacos entre dos filas de espectadores. Y los guanacos tienen la cochina costumbre de defenderse escupiendo. Y así a uno de los niños de la primera fila le cayó el primer salivazo.
- ¡Mamá!, ¡me ha escupido!
- No, hijo, que estos “animalinos son mu bonitos”.
Así contestaba la mamá alargando su brazo hacia el guanaco, y ¡zas! salivazo a la madre, a la vecina de la madre y a quien se pusiera por delante. Las filas se disolvieron a velocidad de vértigo, y más valió, porque en ese momento, ante los estupefactos ojos del Jefe de la Policía Municipal, no se puede decir que salieron sino que irrumpieron los camellos en dirección a la calle, sorteando el tren, atropellando a los pajes, y derrapando frente al muro de espectadores situados en la acera de enfrente.
Y cada camello tomó una dirección, y todos trataban de frenarles: los jinetes, los cuidadores, los espectadores y la Policía Municipal que reaccionó al instante.
Y los camellos, tercos como mulas, comenzaron a correr en círculo, haciendo una rueda de camellos, cuidadores, municipales y espectadores.
Aquello era una comedia, una tragedia, un esperpento.
Los jinetes tuvieron que soltar las bridas para poder proteger sus espaldas de los exageradamente altos respaldos de las sillas, y ocurrió la primera caída de un Rey Mago.
No sé cómo pudieron sujetar al camello, pero el Mago poniendo toda su voluntad trató de trepar a la silla, cosa que consiguió levantado en vilo por multitud de manos que le ayudaron en la tarea.
Y entre tanto los otros dos camellos habían emprendido una veloz carrera, en la que fueron seguidos por el tercero, y por los pajes y por Eleazar, que montado en el trenecillo quería emular al AVE. Y por los espectadores que no querían perderse tan divertido desfile, y que se apartaban de los guanacos, corriendo despavoridos en cuanto se sentían a tiro de aquellos guarros artilleros, y que cuando se quedaban a la popa de aquellos cochinos “mamíferos artiodáctilos” gritaban avisando a los demás:
- ¡Que escupen! ¡Que escupen!
Y los pobres y sufridos Magos, al trote de aquellos seres infernales que podrían ser llamados los Camellos del Apocalipsis, trataban de mantener el equilibrio, la verticalidad y el sitio sobre la silla, bien es verdad que con más voluntad que acierto, porque a la altura de la Plaza de las Minas ya se había producido al menos otra caída.