DUQUE
Me llaman Duque. A ese nombre respondo desde que era un cachorro así de pequeñito. Habrán pensado que si me bautizaban Príncipe me iba a quedar grande el nombre. Pero no, crecí sano y fuerte; resulté ser un buen ejemplar de ovejero alemán por parte de padre y de labrador por parte de madre. De esa unión, aquí estoy. con mis ochenta centímetros de alzada, cabeza bien proporcionada, con mis orejas siempre alerta y hocico listo para saber con dos cuadras de anticipación cuándo llegan mis patrones de vuelta a casa.
Desde que tengo memoria he escuchado decir que mis ojos son tan vivaces y tan expresivos que pareciera que hablara a través de ellos.! Ah, si mis ojos tuvieran voz! Les diría que íbamos al parque todos los sábados por la mañana y los domingos de invierno dormía largas siestas al calor de los leños encendidos de la chimenea. También podría contarles lo bien que pasábamos los veranos mis amos y yo. Antes de la Navidad comenzaban las vacaciones, así llamadas porque ni él ni ella iban a trabajar. Se quedaban en casa todo el día, jugábamos juntos, limpiaban, cantaban, él cortaba el césped en el jardín, ella preparaba manjares para celebrar el Nacimiento de un Niño llamado Jesús y cuando todo estaba encaminado, hacían las valijas para irnos de viaje.
Esas "celebraciones" de Navidad y Año Nuevo yo no las entiendo, la casa se llenaba de gente, nadie se acordaba de mí hasta eso de la medianoche cuando comenzaba un ruido ensordecedor y el olor a pólvora se hacía insoportable. Yo, el gran Duque, a pesar de mi título nobiliario, me ponía a llorar y hubiera deseado salir corriendo, pero me habían cerrado la puerta de la cocina y no podía ir a ningún lado.! Qué tiempos aquellos!
Como les decía, una vez terminadas "las Fiestas", empezaban las vacaciones de verdad. Un año fuimos en el auto a Córdoba, a orillas del río Primero mis amos alquilaron una casita. Ellos estaban felices y yo también. Me sentía un Duque de verdad, podía jugar, saltar y hasta bañarme en el río! Dos años seguidos fuimos a la costa, así le decían. Nunca pude saber cómo verdaderamente se llamaba el lugar. Sí puedo decir que era excitante bañarse en el mar y dejar que las olas me trajeran de vuelta a la orilla.
Al año siguiente decidieron ir más lejos, tanto les había gustado tomar sol y caminar tomados de la mano mientras yo iba adelante dándome vuelta cada tanto y mojándome las patas en la espuma. Viajamos primero en auto hasta un lugar en el que yo nunca había estado antes: un puerto. Allí subimos a un barco grande, yo quedé en el coche y mis amos se bajaron, pero no pasó mucho tiempo que vinieron a buscarme. Me sentía un poco mareado. Al rato el barco se detuvo y otra vez estuvimos los tres juntos en el auto. Hicimos muchos kilómetros por una ruta tranquila, pero a pesar de eso por primera vez los oí discutir. ¡Qué raro!, pensé. Será por mi culpa, porque no me quedaba quieto en el asiento de atrás y la verdad, es que estaba cansado y quería bajarme. Pero cuando escuché la discusión, me quedé quieto y creo que me dormí.
Esta vez, en lugar de tener nuestra propia casa, ellos fueron a un hotel y a mi me habían reservado una cucha en el jardín. Era amplia y estaba limpia, tenía de vecino a un perrito blanco que ladraba por cualquier cosa y no se quedaba nunca quieto. Sus "padres", él los llamaba así, lo llevaban siempre en brazos y rara vez volvía de la playa con el pelo sucio de arena. Yo, en cambio, retozaba de lo lindo, toda la playa era para mí. De mis amos, como yo dormía afuera, me enteraba poco y nada. Eso sí, me llamaba la atención el gesto siempre adusto de ella y verlo a él venir hasta mi cucha para hablar por teléfono. ¿Sería que adentro del hotel el celular no tenía señal? De todas maneras, nunca pude oír lo que decía, me esforzaba por escuchar y eso que tengo oído muy fino, pero nunca descifré nada.
Cuando volvimos, ya nada fue igual. Mi ama se quedaba en casa todos los días. A la señora que venía diariamente para hacerme compañía no volví a verla. A veces la extraño, porque cuando terminaba de barrer y de pasar un trapito por los muebles, se sentaba a mirar la tele y me daba unas galletitas que son mi debilidad. En cambio mi ama, casi ni me miraba. Él no estaba todos los días en casa, principalmente sábados y domingos. Ese invierno oscurecía temprano y yo lo esperaba cerquita de la puerta de calle listo para darle unos cuantos besos, pero no venía... me parece que ella también lo esperaba. somos dos a esperarlo, pero sin éxito. Los lunes, martes, miércoles, jueves y algunos viernes a esos de las diez de la noche llegaba, se preparaba algo para comer y se acostaba a dormir.
Una de esas noches descubrí que dormía en el sillón del living. Quise hacerle compañía pero no dejó que me subiera, así que dormí sobre la alfombra hasta que se hizo de día. Recuerdo muy bien que fue del viernes al sábado, porque fue la última noche que mi amo durmió en casa. Y fue la última semana que yo viví en casa.
Separaron todo, muebles, discos, libros... amores y también a mí. "Quedate con Duque". "Yo no lo traje". "En el departamento no cabe". "No puedo hacerme cargo de él". "A mi pareja no le gustan los perros". "No me interesa". Yo no podía creer lo que estaban diciendo. Corrí a esconderme en el galponcito del fondo donde se guardaba la manguera y la leña para hacer asados, que ya nunca más podría saborear. Estuve allí todo el día, nadie vino a buscarme. Ni siquiera se acercaron para preguntarme cómo me sentia, si había comido o si tenía agua fresca en el bebedero.
Esa misma noche me fui de casa. Caminé y caminé hasta que el cansancio pudo más y me eché en un umbral. Tenía frio. A la mañana siguiente vi una avenida por donde circulaban muchos autos y empecé a caminar en la dirección que iba la mayoría. Cuando quería cruzar una calle, esperaba a que lo hiciera alguien, me miraban y algunos, los menos, me tocaban la cabeza. "Qué te pasa, estás perdido?" No, tenía ganas de decirles, estoy triste. Busco a mis amos, a quienes tanto quise y por quienes hasta hace poco tiempo me sentía querido.
Seguí caminando, aprendí a buscar comida en las bolsas de basura. Yo, el Duque a quien le servían la comida en un plato que tenía su nombre grabado en el frente. Durante el día, cuando veía un retacito de sol en una vereda, ahí me echaba a dormir un rato con un ojo cerrado y el otro abierto. A veces la gente me empujaba para que me fuera, otras hasta los perros ladraban para echarme. No entiendo qué pasó. Me duelen las patas de tanto andar y no encuentro a nadie que dé cobijo a mi osamenta. Estoy flaco y cansado
Ayer me pareció haber visto a mi ama, la seguí pero entró en una casa muy grande y, aunque esperé hasta el día siguiente para ver si salía, no volví a verla. He seguido infinidad de rastros que se parecían a mis amos, pero no he dado con ellos. Las fuerzas me abandonan y ya no puedo seguir buscándolos. me dormí recordando cuánto retozaba entre las olas en esos veranos dichosos.
Ya está amaneciendo, apenas despunta el día y una mano suave que reconozco de mujer, me toca la cabeza y me hace cosquillas en las orejas. Está vestida de blanco y lleva un bolsón colgado del hombro. Suspira y, antes de entrar en su casa, después de una noche de trabajo, tiene fuerzas para levantarme y llevarme adentro. Lo primero que hizo fue poner un aparato sobre mi panza, que sentí muy frío al principio y después, riéndose, dijo "sólo estás flaco y agotado". Me acercó agua fresquita y sacó de su bolsa una caja con un trozo de pollo que había quedado de su cena. ¡Un manjar! Sentí revivir y de puro contento besé sus manos generosas.
Sin darme cuenta me quedé dormido y cuando desperté, escuché una voz dulce que me decía "... nos haremos compañía mutuamente y verás que en pocos días vas a parecer un Duque..."
"Las Alas del Río" Editorial Dunken, 2011
Me llaman Duque. A ese nombre respondo desde que era un cachorro así de pequeñito. Habrán pensado que si me bautizaban Príncipe me iba a quedar grande el nombre. Pero no, crecí sano y fuerte; resulté ser un buen ejemplar de ovejero alemán por parte de padre y de labrador por parte de madre. De esa unión, aquí estoy. con mis ochenta centímetros de alzada, cabeza bien proporcionada, con mis orejas siempre alerta y hocico listo para saber con dos cuadras de anticipación cuándo llegan mis patrones de vuelta a casa.
Desde que tengo memoria he escuchado decir que mis ojos son tan vivaces y tan expresivos que pareciera que hablara a través de ellos.! Ah, si mis ojos tuvieran voz! Les diría que íbamos al parque todos los sábados por la mañana y los domingos de invierno dormía largas siestas al calor de los leños encendidos de la chimenea. También podría contarles lo bien que pasábamos los veranos mis amos y yo. Antes de la Navidad comenzaban las vacaciones, así llamadas porque ni él ni ella iban a trabajar. Se quedaban en casa todo el día, jugábamos juntos, limpiaban, cantaban, él cortaba el césped en el jardín, ella preparaba manjares para celebrar el Nacimiento de un Niño llamado Jesús y cuando todo estaba encaminado, hacían las valijas para irnos de viaje.
Esas "celebraciones" de Navidad y Año Nuevo yo no las entiendo, la casa se llenaba de gente, nadie se acordaba de mí hasta eso de la medianoche cuando comenzaba un ruido ensordecedor y el olor a pólvora se hacía insoportable. Yo, el gran Duque, a pesar de mi título nobiliario, me ponía a llorar y hubiera deseado salir corriendo, pero me habían cerrado la puerta de la cocina y no podía ir a ningún lado.! Qué tiempos aquellos!
Como les decía, una vez terminadas "las Fiestas", empezaban las vacaciones de verdad. Un año fuimos en el auto a Córdoba, a orillas del río Primero mis amos alquilaron una casita. Ellos estaban felices y yo también. Me sentía un Duque de verdad, podía jugar, saltar y hasta bañarme en el río! Dos años seguidos fuimos a la costa, así le decían. Nunca pude saber cómo verdaderamente se llamaba el lugar. Sí puedo decir que era excitante bañarse en el mar y dejar que las olas me trajeran de vuelta a la orilla.
Al año siguiente decidieron ir más lejos, tanto les había gustado tomar sol y caminar tomados de la mano mientras yo iba adelante dándome vuelta cada tanto y mojándome las patas en la espuma. Viajamos primero en auto hasta un lugar en el que yo nunca había estado antes: un puerto. Allí subimos a un barco grande, yo quedé en el coche y mis amos se bajaron, pero no pasó mucho tiempo que vinieron a buscarme. Me sentía un poco mareado. Al rato el barco se detuvo y otra vez estuvimos los tres juntos en el auto. Hicimos muchos kilómetros por una ruta tranquila, pero a pesar de eso por primera vez los oí discutir. ¡Qué raro!, pensé. Será por mi culpa, porque no me quedaba quieto en el asiento de atrás y la verdad, es que estaba cansado y quería bajarme. Pero cuando escuché la discusión, me quedé quieto y creo que me dormí.
Esta vez, en lugar de tener nuestra propia casa, ellos fueron a un hotel y a mi me habían reservado una cucha en el jardín. Era amplia y estaba limpia, tenía de vecino a un perrito blanco que ladraba por cualquier cosa y no se quedaba nunca quieto. Sus "padres", él los llamaba así, lo llevaban siempre en brazos y rara vez volvía de la playa con el pelo sucio de arena. Yo, en cambio, retozaba de lo lindo, toda la playa era para mí. De mis amos, como yo dormía afuera, me enteraba poco y nada. Eso sí, me llamaba la atención el gesto siempre adusto de ella y verlo a él venir hasta mi cucha para hablar por teléfono. ¿Sería que adentro del hotel el celular no tenía señal? De todas maneras, nunca pude oír lo que decía, me esforzaba por escuchar y eso que tengo oído muy fino, pero nunca descifré nada.
Cuando volvimos, ya nada fue igual. Mi ama se quedaba en casa todos los días. A la señora que venía diariamente para hacerme compañía no volví a verla. A veces la extraño, porque cuando terminaba de barrer y de pasar un trapito por los muebles, se sentaba a mirar la tele y me daba unas galletitas que son mi debilidad. En cambio mi ama, casi ni me miraba. Él no estaba todos los días en casa, principalmente sábados y domingos. Ese invierno oscurecía temprano y yo lo esperaba cerquita de la puerta de calle listo para darle unos cuantos besos, pero no venía... me parece que ella también lo esperaba. somos dos a esperarlo, pero sin éxito. Los lunes, martes, miércoles, jueves y algunos viernes a esos de las diez de la noche llegaba, se preparaba algo para comer y se acostaba a dormir.
Una de esas noches descubrí que dormía en el sillón del living. Quise hacerle compañía pero no dejó que me subiera, así que dormí sobre la alfombra hasta que se hizo de día. Recuerdo muy bien que fue del viernes al sábado, porque fue la última noche que mi amo durmió en casa. Y fue la última semana que yo viví en casa.
Separaron todo, muebles, discos, libros... amores y también a mí. "Quedate con Duque". "Yo no lo traje". "En el departamento no cabe". "No puedo hacerme cargo de él". "A mi pareja no le gustan los perros". "No me interesa". Yo no podía creer lo que estaban diciendo. Corrí a esconderme en el galponcito del fondo donde se guardaba la manguera y la leña para hacer asados, que ya nunca más podría saborear. Estuve allí todo el día, nadie vino a buscarme. Ni siquiera se acercaron para preguntarme cómo me sentia, si había comido o si tenía agua fresca en el bebedero.
Esa misma noche me fui de casa. Caminé y caminé hasta que el cansancio pudo más y me eché en un umbral. Tenía frio. A la mañana siguiente vi una avenida por donde circulaban muchos autos y empecé a caminar en la dirección que iba la mayoría. Cuando quería cruzar una calle, esperaba a que lo hiciera alguien, me miraban y algunos, los menos, me tocaban la cabeza. "Qué te pasa, estás perdido?" No, tenía ganas de decirles, estoy triste. Busco a mis amos, a quienes tanto quise y por quienes hasta hace poco tiempo me sentía querido.
Seguí caminando, aprendí a buscar comida en las bolsas de basura. Yo, el Duque a quien le servían la comida en un plato que tenía su nombre grabado en el frente. Durante el día, cuando veía un retacito de sol en una vereda, ahí me echaba a dormir un rato con un ojo cerrado y el otro abierto. A veces la gente me empujaba para que me fuera, otras hasta los perros ladraban para echarme. No entiendo qué pasó. Me duelen las patas de tanto andar y no encuentro a nadie que dé cobijo a mi osamenta. Estoy flaco y cansado
Ayer me pareció haber visto a mi ama, la seguí pero entró en una casa muy grande y, aunque esperé hasta el día siguiente para ver si salía, no volví a verla. He seguido infinidad de rastros que se parecían a mis amos, pero no he dado con ellos. Las fuerzas me abandonan y ya no puedo seguir buscándolos. me dormí recordando cuánto retozaba entre las olas en esos veranos dichosos.
Ya está amaneciendo, apenas despunta el día y una mano suave que reconozco de mujer, me toca la cabeza y me hace cosquillas en las orejas. Está vestida de blanco y lleva un bolsón colgado del hombro. Suspira y, antes de entrar en su casa, después de una noche de trabajo, tiene fuerzas para levantarme y llevarme adentro. Lo primero que hizo fue poner un aparato sobre mi panza, que sentí muy frío al principio y después, riéndose, dijo "sólo estás flaco y agotado". Me acercó agua fresquita y sacó de su bolsa una caja con un trozo de pollo que había quedado de su cena. ¡Un manjar! Sentí revivir y de puro contento besé sus manos generosas.
Sin darme cuenta me quedé dormido y cuando desperté, escuché una voz dulce que me decía "... nos haremos compañía mutuamente y verás que en pocos días vas a parecer un Duque..."
"Las Alas del Río" Editorial Dunken, 2011
Y acompañando a este precioso y sentimental relato que nos regala Nieves Elena. -Muchas gracias, que se repita, es un placer disfrutar de tus logros literarios-
Como cada jueves, podemos disfrutar de:
LA ESPUMA DE LOS DÍAS
Parados en la bahía
JOSÉ L. SUÁREZ ROCA 31/01/2013
Hay tardes en que la bahía del Pajariel se llena de parados. El martes me puse a contarlos: eran sesenta y tres hombres y treinta y nueve mujeres, y parecían todos tan simpáticos, tan saludables, que solo alguien muy alemán hubiera podido distinguir los felices de los desgraciados. Me miraban, me abordaron, me invitaron a dar con ellos un paseo...
Al principio casi todos íbamos cogidos del brazo, y como bailando al son de una música absurda y pastoral. Y bebíamos y nos reíamos de las sombras que nuestros cuerpos derramaban. Algunos le sacaban de vez en cuando la lengua al mar, sólo así decían que se sentían completamente indemnizados. Otros en cambio se quedaban mirándole con complacencia al horizonte: Mi barco zarpará mañana y ya no volveré jamás. ¿Hacia qué paraíso, hacia qué infierno zarpará tu barco, compañero?
Sus rostros, sus actitudes... Y también los trapos sucios de su vida pasada. A quien no le temblaban las manos le rechinaban los dientes cuando salían a relucir sus hijos, ah nuestros hijos, y entonces arrojaban piedras contra el agua. Yo trabajaba en la carnicería de un supermercado de Flores del Sil. Y yo en un bar de mala muerte del barrio de los Judíos. Y yo de limpiadora en un burdel de la autovía...
Paseábamos como huérfanos hacia las batallas venideras. Y había unas cuantas barcas amarradas en el andén. Y dos parejas de enamorados se creyeron de repente muy felices, y soltaron amarras y se pusieron a remar con tanta energía... ¡Oh alegres marineros que jamás habéis tenido miedo del Atlántico! Y continuamos nuestro paseo bajo el cielo lírico y brutal.
Y en el banco de la desolación se fueron sentando los más viejos. ¿Cuál será la raíz de nuestra enfermedad?, se preguntaban como locos que hubieran malgastado su existencia. Y los más jóvenes tales blasfemias proferían, que huían espantadas las gaviotas. ¿Qué se puede hacer para que reviente de una puta vez este podrido sistema? Y también hablaban de una guerra próxima mientras la ciudad ahí a nuestras espaldas recuperaba su aspecto fantasmagórico, crepuscular...
Y algunos que ya habían bebido demasiado prendieron fuego a unas cajas de verduras, y al resplandor de la hoguera me quedé largo rato contemplando las caras agónicas... ¡Como si todos estuviésemos sobreviviendo en el exilio!, pensé. ¿Tendré que confesar que uno de ellos se transformó en una siniestra ave rapaz que me lanzó una última mirada vengadora?
Había caído ya la noche, pero allí se quedaron unos cuantos, esperando un barco que los llevara mar adentro.
Como cada jueves, podemos disfrutar de:
LA ESPUMA DE LOS DÍAS
Parados en la bahía
JOSÉ L. SUÁREZ ROCA 31/01/2013
Hay tardes en que la bahía del Pajariel se llena de parados. El martes me puse a contarlos: eran sesenta y tres hombres y treinta y nueve mujeres, y parecían todos tan simpáticos, tan saludables, que solo alguien muy alemán hubiera podido distinguir los felices de los desgraciados. Me miraban, me abordaron, me invitaron a dar con ellos un paseo...
Al principio casi todos íbamos cogidos del brazo, y como bailando al son de una música absurda y pastoral. Y bebíamos y nos reíamos de las sombras que nuestros cuerpos derramaban. Algunos le sacaban de vez en cuando la lengua al mar, sólo así decían que se sentían completamente indemnizados. Otros en cambio se quedaban mirándole con complacencia al horizonte: Mi barco zarpará mañana y ya no volveré jamás. ¿Hacia qué paraíso, hacia qué infierno zarpará tu barco, compañero?
Sus rostros, sus actitudes... Y también los trapos sucios de su vida pasada. A quien no le temblaban las manos le rechinaban los dientes cuando salían a relucir sus hijos, ah nuestros hijos, y entonces arrojaban piedras contra el agua. Yo trabajaba en la carnicería de un supermercado de Flores del Sil. Y yo en un bar de mala muerte del barrio de los Judíos. Y yo de limpiadora en un burdel de la autovía...
Paseábamos como huérfanos hacia las batallas venideras. Y había unas cuantas barcas amarradas en el andén. Y dos parejas de enamorados se creyeron de repente muy felices, y soltaron amarras y se pusieron a remar con tanta energía... ¡Oh alegres marineros que jamás habéis tenido miedo del Atlántico! Y continuamos nuestro paseo bajo el cielo lírico y brutal.
Y en el banco de la desolación se fueron sentando los más viejos. ¿Cuál será la raíz de nuestra enfermedad?, se preguntaban como locos que hubieran malgastado su existencia. Y los más jóvenes tales blasfemias proferían, que huían espantadas las gaviotas. ¿Qué se puede hacer para que reviente de una puta vez este podrido sistema? Y también hablaban de una guerra próxima mientras la ciudad ahí a nuestras espaldas recuperaba su aspecto fantasmagórico, crepuscular...
Y algunos que ya habían bebido demasiado prendieron fuego a unas cajas de verduras, y al resplandor de la hoguera me quedé largo rato contemplando las caras agónicas... ¡Como si todos estuviésemos sobreviviendo en el exilio!, pensé. ¿Tendré que confesar que uno de ellos se transformó en una siniestra ave rapaz que me lanzó una última mirada vengadora?
Había caído ya la noche, pero allí se quedaron unos cuantos, esperando un barco que los llevara mar adentro.