"EL PALO DE LOS POBRES"
Tradición antigua de nuestra tierra
Aunque tiempo atrás las gentes de estas tierras, quién más quién menos, todos pasaban sus estrecheces, siempre fueron solidarias con aquellos desvalidos que por sus limitaciones físicas o sus enfermedades crónicas vivían en la miseria, clasificados como “pobres de solemnidad”.
Estos pobres iban de pueblo en pueblo con su saco a la espalda y provistos de un cayado para espantar a los perros. Al llegar a la puerta de una casa la golpeaban con la cachaba y decían:
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida –le respondían desde dentro.
-Por amor de Dios, una limosna para un pobre, que Dios se lo pagará –continuaba el mendigo.
Normalmente en todas las casas les daban algo (pan o patatas, raramente dinero que andaba muy escaso). El pobre se despedía agradecido con la jaculatoria de “Dios se lo pague”. Si en la casa no estaban para limosnas, sin salir, lo despachaban con el temido “Dios le ampare” que era acogido con algún que otro reburdio por parte del mendicante.
Una vez acabado el recorrido se dirigía a otro pueblo. Si estando en Barrillos se le echaba la noche encima, se iba a casa del Presidente para que le indicara en qué casa podía dormir. El Presidente le entregaba “el palo de los pobres” que servía de contraseña al vecino de turno a quien le tocaba acogerlo aquella noche.
El palo de los pobres era una tablilla de madera de chopo de unos cuarenta centímetros de larga, por quince de ancha y tres o cuatro de gruesa. En uno de sus extremos tenía una forma redondeada con un agujero en medio para poder pasar una cuerda. Cuando estaba fuera de servicio se encontraba siempre colgada en un poste del portal del Presidente.
Tradición antigua de nuestra tierra
Aunque tiempo atrás las gentes de estas tierras, quién más quién menos, todos pasaban sus estrecheces, siempre fueron solidarias con aquellos desvalidos que por sus limitaciones físicas o sus enfermedades crónicas vivían en la miseria, clasificados como “pobres de solemnidad”.
Estos pobres iban de pueblo en pueblo con su saco a la espalda y provistos de un cayado para espantar a los perros. Al llegar a la puerta de una casa la golpeaban con la cachaba y decían:
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida –le respondían desde dentro.
-Por amor de Dios, una limosna para un pobre, que Dios se lo pagará –continuaba el mendigo.
Normalmente en todas las casas les daban algo (pan o patatas, raramente dinero que andaba muy escaso). El pobre se despedía agradecido con la jaculatoria de “Dios se lo pague”. Si en la casa no estaban para limosnas, sin salir, lo despachaban con el temido “Dios le ampare” que era acogido con algún que otro reburdio por parte del mendicante.
Una vez acabado el recorrido se dirigía a otro pueblo. Si estando en Barrillos se le echaba la noche encima, se iba a casa del Presidente para que le indicara en qué casa podía dormir. El Presidente le entregaba “el palo de los pobres” que servía de contraseña al vecino de turno a quien le tocaba acogerlo aquella noche.
El palo de los pobres era una tablilla de madera de chopo de unos cuarenta centímetros de larga, por quince de ancha y tres o cuatro de gruesa. En uno de sus extremos tenía una forma redondeada con un agujero en medio para poder pasar una cuerda. Cuando estaba fuera de servicio se encontraba siempre colgada en un poste del portal del Presidente.