Diario de León:
FUEGO AMIGO
Benllera, solar de los Alcidia
ernesto escapa 04/08/2012
Un remoto linaje medieval, que recreó Luis Mateo Díez en sus dos primeras novelas, transita por las calles de Benllera. En este pueblo de la comarca baja de Luna permanece muy presente la memoria de los Tusinos, vinculados al origen legendario de la Reconquista. Su última descendiente, recordada como la Señorita de Benllera, vivió hasta principios de los años cincuenta del pasado siglo en la casona blasonada que domina la plaza, después de haber sido alcaldesa de Carrocera antes de la guerra civil. Se llamaba Manuela Álvarez de Miranda y Cuenllas y sus posesiones se extendían desde el Sardinero hasta el Real Sitio de El Abrojo, junto al Duero.
La casona solariega del dieciocho fue despojada de sus galas artísticas en un proceso de implacable deterioro que retratan Apócrifo del clavel y la espina y Blasón de muérdago. En sus páginas, Luis Mateo Díez bautiza al lugar como Murias de Valbarca, en homenaje a una novela inédita de su padre. El valle de la Barca, donde estaban las tierras más fértiles del pueblo, acabó anegado por el embalse de Selga. La primera novela describe la historia de este linaje rural desde sus orígenes legendarios hasta la extinción a mediados del siglo veinte. La segunda concentra su relato en la patética historia del último señor de la casona, pródiga en episodios esperpénticos.
Más allá de la literatura, el patrimonio artístico del linaje se esfumó en el trasiego de una liquidación que no perdonó piezas religiosas ni adornos nobiliarios. Desde un Cristo de la escuela de Miguel Ángel, al codiciado reloj número nueve de Losada en oro, todo lo arrumbó el turbión de la almoneda. Tampoco quedó nada de su acreditada pinacoteca. El penúltimo despojo había sido el retablo gótico de la ermita de Tusinos, actualmente depositado en el Museo del Prado. Vendido en Cuevas de Viñayo en el verano de 1929, al dueño de los autobuses Beltrán, fue intervenido por la policía en Madrid, donde el abogado Ramiro Gavilanes ya lo tenía embalado para un anticuario de París.
Benllera se extiende a lo largo del camino de Carrocera a la Ribera. El caserío deja libre para las huertas el lecho del valle que refresca una reguera. La iglesia y la casona presiden la plaza, de la que parte el barrio de las Pedrosas. Detrás de la iglesia asoma el portón del zaguán, un recinto blasonado. La iglesia conserva la capilla señorial, con un sepulcro gótico que rematan dos estatuas yacentes. En la caída del Cillerón se observan pequeñas vallinas en peine con forma de medulillas, que delatan las explotaciones auríferas asociadas a la Presa de la Griega. Ya en el páramo, entre el cordel de las merinas y la carretera, se atisba todavía el relieve de los enigmáticos Pozos de Colinas, que un día fueron trece.
FUEGO AMIGO
Benllera, solar de los Alcidia
ernesto escapa 04/08/2012
Un remoto linaje medieval, que recreó Luis Mateo Díez en sus dos primeras novelas, transita por las calles de Benllera. En este pueblo de la comarca baja de Luna permanece muy presente la memoria de los Tusinos, vinculados al origen legendario de la Reconquista. Su última descendiente, recordada como la Señorita de Benllera, vivió hasta principios de los años cincuenta del pasado siglo en la casona blasonada que domina la plaza, después de haber sido alcaldesa de Carrocera antes de la guerra civil. Se llamaba Manuela Álvarez de Miranda y Cuenllas y sus posesiones se extendían desde el Sardinero hasta el Real Sitio de El Abrojo, junto al Duero.
La casona solariega del dieciocho fue despojada de sus galas artísticas en un proceso de implacable deterioro que retratan Apócrifo del clavel y la espina y Blasón de muérdago. En sus páginas, Luis Mateo Díez bautiza al lugar como Murias de Valbarca, en homenaje a una novela inédita de su padre. El valle de la Barca, donde estaban las tierras más fértiles del pueblo, acabó anegado por el embalse de Selga. La primera novela describe la historia de este linaje rural desde sus orígenes legendarios hasta la extinción a mediados del siglo veinte. La segunda concentra su relato en la patética historia del último señor de la casona, pródiga en episodios esperpénticos.
Más allá de la literatura, el patrimonio artístico del linaje se esfumó en el trasiego de una liquidación que no perdonó piezas religiosas ni adornos nobiliarios. Desde un Cristo de la escuela de Miguel Ángel, al codiciado reloj número nueve de Losada en oro, todo lo arrumbó el turbión de la almoneda. Tampoco quedó nada de su acreditada pinacoteca. El penúltimo despojo había sido el retablo gótico de la ermita de Tusinos, actualmente depositado en el Museo del Prado. Vendido en Cuevas de Viñayo en el verano de 1929, al dueño de los autobuses Beltrán, fue intervenido por la policía en Madrid, donde el abogado Ramiro Gavilanes ya lo tenía embalado para un anticuario de París.
Benllera se extiende a lo largo del camino de Carrocera a la Ribera. El caserío deja libre para las huertas el lecho del valle que refresca una reguera. La iglesia y la casona presiden la plaza, de la que parte el barrio de las Pedrosas. Detrás de la iglesia asoma el portón del zaguán, un recinto blasonado. La iglesia conserva la capilla señorial, con un sepulcro gótico que rematan dos estatuas yacentes. En la caída del Cillerón se observan pequeñas vallinas en peine con forma de medulillas, que delatan las explotaciones auríferas asociadas a la Presa de la Griega. Ya en el páramo, entre el cordel de las merinas y la carretera, se atisba todavía el relieve de los enigmáticos Pozos de Colinas, que un día fueron trece.
hola buenas mucha de esa informacion de doña manuela no es del todo cierta.