(MI QUERIDO Y AÑORADO RÍO LUNA)
Hoy he vuelto a encontrarme con mi río.
Sentada en su fresca orilla y mirando con nostalgia su caudaloso caminar he recordado aquel otro río, el de mi infancia, también él se ha hecho mayor, su cauce entonces pequeño y juguetón es hoy grande y majestuoso. Sus aguas ahora bajan frías, demasiado frías para el gusto de los innumerables cangrejos que poblaban sus aguas y que seguramente por eso han abandonado su corriente.
Sopla una suave brisa que mece lentamente los Salgueros apostados a su orilla y acuden a mi memoria recuerdos de otros tiempos, tiempos de merienda con toda la familia, de baños y juegos infantiles rodeada por mis hermanos mayores para los que yo era alguien a quien proteger pero a la que no se hacía demasiado caso.
Y mis amigos, niños y niñas de nuestro querido pueblín con los que hace tiempo perdí el contacto, los avatares de la vida nos han llevado por caminos distintos.
Me gustaba ir con los chicos a pescar cangrejos, ellos los pescaban, yo me limitaba a levantar piedra y verlos trasladarse marcha atrás de una piedra a otra con la consiguiente regañina de los chicos que decían que se los espantaba.
Los mayores me tomaban el pelo y a veces me perseguían amenazadores con uno en la mano gritando — ¡Qué te come, que te come!—Aquello me humillaba mucho y las más de las veces la emprendía a patadas con aquellos valentones lo que naturalmente con mis seis o siete años les divertía muchísimo.
Sonrío recordando el día que hice mi primera captura. Era finales de verano y muy temprano me despertó el ir y venir de mi familia. Aún adormilada recordé que días atrás se había acordado ir de pesca el domingo ¡Y hoy era domingo!
Mi madre y mis hermanas trajinaban en la cocina, por el delicioso olor que inundaba la casa, supe que cocinaban unas estupendas tortillas.
Ellos, mis hermanos preparaban los aperos de pesca, el artilugio en cuestión era una especie gran tenedor al que añadían un palo largo y con el que ensartaban a las pobres truchas en cuanto se descuidaban.
Hoy he vuelto a encontrarme con mi río.
Sentada en su fresca orilla y mirando con nostalgia su caudaloso caminar he recordado aquel otro río, el de mi infancia, también él se ha hecho mayor, su cauce entonces pequeño y juguetón es hoy grande y majestuoso. Sus aguas ahora bajan frías, demasiado frías para el gusto de los innumerables cangrejos que poblaban sus aguas y que seguramente por eso han abandonado su corriente.
Sopla una suave brisa que mece lentamente los Salgueros apostados a su orilla y acuden a mi memoria recuerdos de otros tiempos, tiempos de merienda con toda la familia, de baños y juegos infantiles rodeada por mis hermanos mayores para los que yo era alguien a quien proteger pero a la que no se hacía demasiado caso.
Y mis amigos, niños y niñas de nuestro querido pueblín con los que hace tiempo perdí el contacto, los avatares de la vida nos han llevado por caminos distintos.
Me gustaba ir con los chicos a pescar cangrejos, ellos los pescaban, yo me limitaba a levantar piedra y verlos trasladarse marcha atrás de una piedra a otra con la consiguiente regañina de los chicos que decían que se los espantaba.
Los mayores me tomaban el pelo y a veces me perseguían amenazadores con uno en la mano gritando — ¡Qué te come, que te come!—Aquello me humillaba mucho y las más de las veces la emprendía a patadas con aquellos valentones lo que naturalmente con mis seis o siete años les divertía muchísimo.
Sonrío recordando el día que hice mi primera captura. Era finales de verano y muy temprano me despertó el ir y venir de mi familia. Aún adormilada recordé que días atrás se había acordado ir de pesca el domingo ¡Y hoy era domingo!
Mi madre y mis hermanas trajinaban en la cocina, por el delicioso olor que inundaba la casa, supe que cocinaban unas estupendas tortillas.
Ellos, mis hermanos preparaban los aperos de pesca, el artilugio en cuestión era una especie gran tenedor al que añadían un palo largo y con el que ensartaban a las pobres truchas en cuanto se descuidaban.