No quiero destripar más frases de este relato que atrapa...

En el tortuoso y singular peregrinaje de las ánimas que acompañan a nuestro raído curilla también me hacen recordar los deberes de adolescente con aquellos textos de Wenceslao Fernández Flórez que leí de niña "El bosque animado" y bandido Fendetestas, nuestro protagonista Don Manuel detrás del zapatero cotilla, el chaval desencantado, la señorita inconformista de su destino, o aquella retahíla de almas en pena que hacen el camino de Santiago a través de bosques solitarios e inanimados que con su lento caminar van buscando el descanso y la aceptación de su eterno destino sin relojes, "Señor cura, en la eternidad no hay relojes. Una vez dentro no hay pasado ni hay futuro. Todo es el presente..."

No quiero destripar más frases de este relato que atrapa fácilmente como lo ha hecho conmigo.
Las amigables charlas que nuestro protagonista mantiene con Don Manuel, que es el que en otro tiempo le abrió y llenó el cerebro de dudas e incertidumbres, se tornan en un agradecimiento mutuo, provocando en él un deseo de continuidad y respuestas, y en aquél una gratitud a la considerada amabilidad de su discípulo, tal vez el único que supo entender o intuir si soledad mal aceptada ayudándole a admitir su destino final.