CABALGATA DE REYES...

CABALGATA DE REYES

La cabalgata más divertida vista en Navalmoral de la Mata

Relato premiado en el "Certamen de relatos navideños de LA COPE"
Por José María Gómez de la Torre

Ocurrió aquí, en Navalmoral, hace unos cuantos años. Voy a ponerles en antecedentes. Mis hijos se llevan entre sí unos cuantos años también, y cuando eran pequeños siempre les llevé a ver la Cabalgata de Reyes. Así que he visto casi todas.
Pero de todas las cabalgatas que he visto hay una que perdura en mi memoria sobre todas ellas.
Siempre llevaba a mis pequeños al inicio del recorrido y aquel año como de costumbre salí con mi chaval hasta el Instituto Augustóbriga, con tiempo suficiente para que pudiera ver por primera vez en su vida camellos y llamas, que eran el atractivo reclamo de aquel año.
Los camellos estaban en un lateral del edificio, en una zona bastante oscura, pero en mi afán de que el peque los viera, incitando su curiosidad para vencer su miedo a la oscuridad, nos acercamos a los mismos.
Una de aquellas bestias estaba de pie y otras dos estaban, digamos arrodilladas en el suelo, así que mi hijo pudo verlas a su gusto, admirando la altura de la que estaba levantada y la simpática cara de las que estaban sobre su panza. Aunque estaba oscuro, podíamos ver bien el gesto divertido de la cara de los mismos, que realmente parecían sonreír.
Y llegó el momento emocionante de la llegada de los Reyes Magos para instalarse en sus cabalgaduras.
Y ahí comenzó Troya. Para subirse al que estaba de pie, aquello fue un número: el animal, ensillado como corresponde a un camello, tenía los estribos a la altura del pecho del Rey Mago y la silla estaba por encima de la altura de su cabeza. El Rey quería subirse al camello tratando de darse impuso cogido a la silla, y el camello que no estaba por la labor, se apartaba, haciendo inútiles los esfuerzos de su potencial jinete. Intervino la autoridad, sujetando al camello dos esforzados municipales. Pero éste, que no debía entender bien el respeto debido a los uniformes, siguió en sus trece, hasta que llegaron sus cuidadores, que tirando de las bridas le hicieron doblar sus patas delanteras y en aquella ridícula posición, el camello, culo en pompa, permitió ser cabalgado.
En estas estábamos cuando uno de los que se encontraban echados sobre su barriga emitió un estremecedor berrido que nos heló la sangre y nos dio un susto de muerte. Nos volvimos hacia el animal, que siguió berreando como un carnero provisto de megafonía. Mi hijo asido a mis pantalones me preguntaba asustado:
- ¿Papá, se va a morir?
- No, no, hijo no le pasa nada –le contesté -, es que le ha dado por ahí.
A decir verdad, yo que no estaba al tanto de las costumbres camelliles, no las tenía todas conmigo, pero confiaba, - y esperaba -, que no le pasaría nada.
Y así debía ser, porque los cuidadores se acercaron con el segundo Rey Mago, y a pesar de los estentóreos berridos, aprovechando la postura del animal le ayudaron a subir y tirando de las riendas pusieron en pie al animal. Cierto es que para no caer, el pobre Rey tuvo que hacer un alarde de equilibrio y dominio de la equitación o de camellación, como corresponde al caso.
Y llegó el turno al tercero de los camellos. Montarle fue fácil, como ocurrió con el anterior. Pero a la hora de ponerse en pie se puso terco y dijo que verdes las habían segado. Y allí fue la siguiente Troya. Los cuidadores tirando de las riendas, el camello lanzado bocados a la pierna del Rey Mago, el Rey Mago defendiéndose a patadas, el organizador de la cabalgata diciendo que había que empezar, más mordiscos, más patadas, voluntarios empujando al camello, pérdida de las riendas, mordiscos a los voluntarios, y por fin dos municipales que empujando por la parte de atrás del camello consiguen que se levante. El jinete, que no lo esperaba, se balancea hacia atrás clavando su espina dorsal en la silla y rebotando hacia delante se agarra a la base del cuello del camello que le larga un bocado al brazo.
Y mi hijo y yo atónitos.
Por fin se calma la tempestad, el camello es reducido al orden y hasta el Rey Mago pide que le saquen una foto.
Cunde la satisfacción y un optimismo generalizado. Se va a comenzar con retraso, pero se han superado las dificultades.
El Jefe de la Policía Municipal asume el mando y comienza a organizar el desfile. Se colocan las llamas a la cabeza, llamas que resultaron ser guanacos, - también mamíferos artiodáctilos procedentes del altiplano andino, semejantes a las llamas aunque de mayor tamaño -, el trenecito a continuación, seguido de los pajes acompañantes de los Magos en orden según el color de sus ropas. Pero sin hacer caso al orden establecido, sin previo aviso, salen los guanacos entre dos filas de espectadores. Y los guanacos tienen la cochina costumbre de defenderse escupiendo. Y así a uno de los niños de la primera fila le cayó el primer salivazo.
- ¡Mamá!, ¡me ha escupido!
- No, hijo, que estos “animalinos son mu bonitos”.
Así contestaba la mamá alargando su brazo hacia el guanaco, y ¡zas! salivazo a la madre, a la vecina de la madre y a quien se pusiera por delante. Las filas se disolvieron a velocidad de vértigo, y más valió, porque en ese momento, ante los estupefactos ojos del Jefe de la Policía Municipal, no se puede decir que salieron sino que irrumpieron los camellos en dirección a la calle, sorteando el tren, atropellando a los pajes, y derrapando frente al muro de espectadores situados en la acera de enfrente.