Una vez descubierta, Juana es felicitada por el rey, que admira su valor y la ofrece en recompensa ciertos privilegios para ella y los de su zona.
Toma esas concesiones
y vete para tu casa
que jamás servirá al rey
ninguno de la tu raza
poseeréis todos los montes
y no pagaréis portazgo
y allí tú disfrutarás
con títulos nobiliarios.
La Dama, después de este episodio, puso toda la ilusión en partir hacia sus tierras para hacer partícipes de la buena nueva a cuantos estaban afectados por ella.
«Anda, mi viejo caballo,
anda, mi noble alazán
ganaremos Arintero
antes de la Navidad.
No otro mejor aguinaldo
pudiéramos presentar
a los nuestros que este pliego
de exención y libertad...».
Toma esas concesiones
y vete para tu casa
que jamás servirá al rey
ninguno de la tu raza
poseeréis todos los montes
y no pagaréis portazgo
y allí tú disfrutarás
con títulos nobiliarios.
La Dama, después de este episodio, puso toda la ilusión en partir hacia sus tierras para hacer partícipes de la buena nueva a cuantos estaban afectados por ella.
«Anda, mi viejo caballo,
anda, mi noble alazán
ganaremos Arintero
antes de la Navidad.
No otro mejor aguinaldo
pudiéramos presentar
a los nuestros que este pliego
de exención y libertad...».
Poco le duró la alegría a la Dama, pues esta leyenda no acaba comiendo perdices; el rey, mal aconsejado por unos envidiosos, ordenó dar alcance a la valerosa Juana para despojarla de los papeles que contenían las concesiones reales. Ésta, acostumbrada ya a luchar por causas ajenas, no puso menos empeño en defender las propias, y alcanzada por los insidiosos soldados, opuso fiera resistencia, que no dio fruto ante la saña de sus seguidores.
La Cándana, pueblo triste
porque en tu recinto viste
morir la luz de Arintero.
Toda la montaña llora
la elegía de tus muros
y en la Dama, a quien adora
mira sus timbres más puros...».
La Cándana, pueblo triste
porque en tu recinto viste
morir la luz de Arintero.
Toda la montaña llora
la elegía de tus muros
y en la Dama, a quien adora
mira sus timbres más puros...».