Para despedirme os dejo este realato premiado de María Luisa Blanco que leyó ayer día 7 en el cine, en el homenaje a la mujer. Os los tengo que poner por partes, pues si no no me lo admiten.
LA SEÑORITA MANOLI
Vivía en una casa grande que hacía esquina con otra que estaba deshabitada. Aquel rincón siempre estaba cuajado de flores: rosas de un rojo fuerte, dalias de mil colores y otras flores blancas que desprendían un olor intenso y penetrante. Enfrente de la casa estaba el bar, siempre con parroquianos que entraban y salían a cualquier hora del día
Para ir a la escuela pasaba por delante de su puerta y la veía barriendo los papeles y las hojas muertas que el aire acumulaba en aquel costado. Hoy me paré un poco antes y la observé: vestía una bata con muchos colores, que la hacía parecer más joven de lo que es. Yo sabía que era del tiempo de mi mamá, pues habían sido muy amigas de niñas y de jovencitas. Cuando alguna vez le preguntaba por qué ya no lo eran, mi madre muy seria decía: “Cosas de mayores y de pueblos, cotillas…” Y así zanjaba el asunto, sin esperar otra pregunta. Sin querer las comparé y vi que eran como la noche y el día. Manoli, como se llamaba, era morena, con el pelo largo, muy negro, recogido en las sienes con unas horquillas de plata; corpulenta y con grandes pechos, que se movían cuando reía, con esa risa tan fuerte y sonora que ella tiene. Mi mamá es rubia y siempre lleva el pelo recogido en un apretado moño; pocas veces se ríe, pero si alguna vez lo hace, su risa es bajita y silenciosa; y también tiene unas horquillas de plata, pero guardadas en una cajita, supongo que para que no se le pierdan.
Esta mañana había cuatro hombres a la puerta del bar y uno, haciéndose el gracioso, le ha dicho a gritos:
-Manuela, tienes todo tan limpio como la entrada de tu casa.
Ella, soltando una carcajada ruidosa y le ha contestado:
-Un poco menos que tú, la esquina del mostrador del bar.
Y ha seguido barriendo con aires de marquesa. El gracioso se ha puesto colorado, los demás se han echado a reír y todos se han metido para dentro.
Reanudo mi marcha y cuando paso por delante de ella, le doy los buenos días y, sin parar de barrer, me aconseja:
-Rapaz, sé bueno y quiere mucho a tu madre.
Asiento con la cabeza, pensando que siempre me dice lo mismo.
* * *
Estamos en primavera y mi mamá me ha mandado a casa de Manoli a por manzanas. Mientras preparaba la cesta y el bolsillo de tela con el dinero, le he preguntado si ella solo tiene de familia a su madre: esa viejecita a quien peina, arregla y coloca entre la puerta para que le dé el sol en las piernas y nunca en la cabeza. Mi mamá me ha contestado que tiene un hijo pero que se fue lejos. La miro y, como parece que quiere hablar, vuelvo a preguntarle:
- ¿Y nunca viene de visita? Porque a nosotros nos vienen a ver, nuestros tíos y primos...
Se ha parado con la cesta en la mano y un poco enfadada me ha contestado:
-Cuando se hizo mayor, se fue porque se avergonzaba de su madre por todas las cosas que escuchaba, pero eso no es de un buen hijo. Seguro que, cuando se muera, regresará para quedarse con todo lo que tiene, y ya no le interesará lo que digan de ella. Ni le importará todo el daño que ha causado al irse y no llamarla ni por teléfono, porque ella fue la que lo parió y llevó sola la carga y la vergüenza.
- ¿Cómo sabes que no la llama, si tú, no hablas con ella? -Porque en los pueblos pequeños todo se sabe. ¡Y vale ya de preguntas! Vete a hacer el recado.
Me voy paseando y, cuando llego a la casa, allí están las dos, sentadas en el umbral de la puerta: Manoli haciendo ganchillo y su mamá quietecita a su lado, con los brazos apoyados en el regazo. Tiene unas manos menudas, de piel transparente y venas azuladas. Me dirige una mirada apagada y una tenue sonrisa. Manoli dobla con cuidado la labor, se levanta de la silla y con voz fuerte y cantora me dice:
-Ya te echaba de menos. Esta primavera las manzanas se han adelantado. Pensé que tu madre no te mandaría, pero aquí estás, como siempre. ¿Todo bien por casa? ¿Y tu sobrinito? ¿Y tú mamá?
No me da tiempo a contestar. Como dice mi mamá, en un pueblo pequeño todo se sabe, y ella pregunta por preguntar. Coge mi cesta y añade:
-Lo de siempre, ¿verdad? Siéntate un momento con mi madre, mientras te lo preparo.
Debo de haber puesto cara rara, porque ha soltado una risotada y me ha dicho:
-No te preocupes, que aunque no habla, no es sorda y estar en tu compañía le vendrá bien. Cuéntale tu mañana en la escuela, que para ella será una novedad.
Y se ha ido canturreando y balanceando el cesto. Me he sentado junto a la anciana y he pensado qué le podría contar que le parezca interesante. La he mirado y he visto que estaba esperando, así que me he decidido y he comenzado:
-Esta mañana me he portado bien… Bueno, un poco bien… Cuando he llegado, el maestro nos ha puesto un problema, era facilito y lo he hecho muy pronto. Y estaba dibujando, cuando Toñín, se ha puesto a darme con el codo y a moverme. Toñín es mi amigo y nos sentamos juntos. Me estaba cabreando, porque el dibujo ya lo había borrado dos veces; a la tercera le he metido un empujón y lo he tirado del banco. Se ha hecho daño al caerse y se ha puesto a llorar, y el maestro me ha castigado de cara a la pared, pero al recreo me ha dejado salir, y hemos hecho las paces y hemos jugado juntos, porque seguimos siendo amigos. Y estábamos…
-Además de bueno, sabes contar historias. Mira a mi madre, parece más animada y feliz.
LA SEÑORITA MANOLI
Vivía en una casa grande que hacía esquina con otra que estaba deshabitada. Aquel rincón siempre estaba cuajado de flores: rosas de un rojo fuerte, dalias de mil colores y otras flores blancas que desprendían un olor intenso y penetrante. Enfrente de la casa estaba el bar, siempre con parroquianos que entraban y salían a cualquier hora del día
Para ir a la escuela pasaba por delante de su puerta y la veía barriendo los papeles y las hojas muertas que el aire acumulaba en aquel costado. Hoy me paré un poco antes y la observé: vestía una bata con muchos colores, que la hacía parecer más joven de lo que es. Yo sabía que era del tiempo de mi mamá, pues habían sido muy amigas de niñas y de jovencitas. Cuando alguna vez le preguntaba por qué ya no lo eran, mi madre muy seria decía: “Cosas de mayores y de pueblos, cotillas…” Y así zanjaba el asunto, sin esperar otra pregunta. Sin querer las comparé y vi que eran como la noche y el día. Manoli, como se llamaba, era morena, con el pelo largo, muy negro, recogido en las sienes con unas horquillas de plata; corpulenta y con grandes pechos, que se movían cuando reía, con esa risa tan fuerte y sonora que ella tiene. Mi mamá es rubia y siempre lleva el pelo recogido en un apretado moño; pocas veces se ríe, pero si alguna vez lo hace, su risa es bajita y silenciosa; y también tiene unas horquillas de plata, pero guardadas en una cajita, supongo que para que no se le pierdan.
Esta mañana había cuatro hombres a la puerta del bar y uno, haciéndose el gracioso, le ha dicho a gritos:
-Manuela, tienes todo tan limpio como la entrada de tu casa.
Ella, soltando una carcajada ruidosa y le ha contestado:
-Un poco menos que tú, la esquina del mostrador del bar.
Y ha seguido barriendo con aires de marquesa. El gracioso se ha puesto colorado, los demás se han echado a reír y todos se han metido para dentro.
Reanudo mi marcha y cuando paso por delante de ella, le doy los buenos días y, sin parar de barrer, me aconseja:
-Rapaz, sé bueno y quiere mucho a tu madre.
Asiento con la cabeza, pensando que siempre me dice lo mismo.
* * *
Estamos en primavera y mi mamá me ha mandado a casa de Manoli a por manzanas. Mientras preparaba la cesta y el bolsillo de tela con el dinero, le he preguntado si ella solo tiene de familia a su madre: esa viejecita a quien peina, arregla y coloca entre la puerta para que le dé el sol en las piernas y nunca en la cabeza. Mi mamá me ha contestado que tiene un hijo pero que se fue lejos. La miro y, como parece que quiere hablar, vuelvo a preguntarle:
- ¿Y nunca viene de visita? Porque a nosotros nos vienen a ver, nuestros tíos y primos...
Se ha parado con la cesta en la mano y un poco enfadada me ha contestado:
-Cuando se hizo mayor, se fue porque se avergonzaba de su madre por todas las cosas que escuchaba, pero eso no es de un buen hijo. Seguro que, cuando se muera, regresará para quedarse con todo lo que tiene, y ya no le interesará lo que digan de ella. Ni le importará todo el daño que ha causado al irse y no llamarla ni por teléfono, porque ella fue la que lo parió y llevó sola la carga y la vergüenza.
- ¿Cómo sabes que no la llama, si tú, no hablas con ella? -Porque en los pueblos pequeños todo se sabe. ¡Y vale ya de preguntas! Vete a hacer el recado.
Me voy paseando y, cuando llego a la casa, allí están las dos, sentadas en el umbral de la puerta: Manoli haciendo ganchillo y su mamá quietecita a su lado, con los brazos apoyados en el regazo. Tiene unas manos menudas, de piel transparente y venas azuladas. Me dirige una mirada apagada y una tenue sonrisa. Manoli dobla con cuidado la labor, se levanta de la silla y con voz fuerte y cantora me dice:
-Ya te echaba de menos. Esta primavera las manzanas se han adelantado. Pensé que tu madre no te mandaría, pero aquí estás, como siempre. ¿Todo bien por casa? ¿Y tu sobrinito? ¿Y tú mamá?
No me da tiempo a contestar. Como dice mi mamá, en un pueblo pequeño todo se sabe, y ella pregunta por preguntar. Coge mi cesta y añade:
-Lo de siempre, ¿verdad? Siéntate un momento con mi madre, mientras te lo preparo.
Debo de haber puesto cara rara, porque ha soltado una risotada y me ha dicho:
-No te preocupes, que aunque no habla, no es sorda y estar en tu compañía le vendrá bien. Cuéntale tu mañana en la escuela, que para ella será una novedad.
Y se ha ido canturreando y balanceando el cesto. Me he sentado junto a la anciana y he pensado qué le podría contar que le parezca interesante. La he mirado y he visto que estaba esperando, así que me he decidido y he comenzado:
-Esta mañana me he portado bien… Bueno, un poco bien… Cuando he llegado, el maestro nos ha puesto un problema, era facilito y lo he hecho muy pronto. Y estaba dibujando, cuando Toñín, se ha puesto a darme con el codo y a moverme. Toñín es mi amigo y nos sentamos juntos. Me estaba cabreando, porque el dibujo ya lo había borrado dos veces; a la tercera le he metido un empujón y lo he tirado del banco. Se ha hecho daño al caerse y se ha puesto a llorar, y el maestro me ha castigado de cara a la pared, pero al recreo me ha dejado salir, y hemos hecho las paces y hemos jugado juntos, porque seguimos siendo amigos. Y estábamos…
-Además de bueno, sabes contar historias. Mira a mi madre, parece más animada y feliz.