Don Luciano Taladriz y su esposa Doña Leonor Tomas.
En la República Argentina el proceso constructivo de la economía nacional tiene su base en la lucha silenciosa, perseverante y a menudo sacrificada de esos millares de laboriosos extranjeros que a fines del siglo pasado poblaron nuestro suelo, constituyéndose en una pujante y renovadora corriente de energía que iba a ser el el paso inicial de un ciclo de extraordinario progreso.
Hombres modestos, venidos desde los más lejanos rincones del mundo con el tesoro de una voluntad inquebrantable y arraigadas costumbres de trabajo, fueron el firme basamento sobre el que, paso a paso, se fue afianzando la evolución económica y social del país, que desde ese momento se incorporaba al concierto de los pueblos que se destacaban por su pujante desarrollo y la inagotable fuente de su riqueza.
De entre esos grupos humanos que tan profunda transformación operaron en nuestra incipiente nacionalidad, los originarios de la madre patria se distinguieron por su amor al trabajo y su inquebrantable tenacidad. En la agricultura y la ganadería, en el comercio y en la industria, y en los mil aspectos del engrandecimiento de un pueblo, la energía hispana fue marcando jalones de progreso, ya con el esfuerzo silencioso pero no por eso menos fecundo, ya con brillantes iniciativas de esas que exigen capacidad y condiciones para ser concebidas y finalizadas con éxito.
El partido de Juárez como todos los rincones del país, contó también con el concurso de la inagotable energía española y apenas alejado el peligro del salvaje, sus campos se fueron poblando por osados luchadores que buscaban en las dilatadas campiñas argentinas la posibilidad de llevar a la práctica sus sueños de progreso. Eran hombres que intentaban la conquista del porvenir por el camino del trabajo honrado, dispuestos a poner en la lucha todo el caudal de sus energías inagotables.
Entre ellos llegó a nuestras tierras halla por el año 1885 don Luciano Taladríz, que iba a ser el origen entre nosotros de un apellido de sólido prestigio, estableciéndose en el partido de Necochea. Del origen más humilde - pertenecía a una familia de pastores de la provincia de León - llegaba hasta las tierras de América a la edad de 24 años, dispuesto a enfrentar de lleno la lucha por la vida.
Sus comienzos fueron duros por su desconocimiento del rudo del rudo ambiente de la época, pero pronto se amoldó a él, dedicándose al cuidado de ovejas en el partido de Necochea, en calidad de puestero. Hombre metódico trabajador y perseverante, el raro equilibrio de esas condiciones básicas pronto le permitió orientarse con provecho, vislumbrándose desde el principio que sus esfuerzos iban a tener la recompensa merecida. De tal manera cinco años después de su llegada, en 1890, se iniciaba por su cuenta trabajando con hacienda lanar. Este aliciente le animó a dar un paso de trascendencia de vida y el el año 1892 volvió a su tierra natal para contraer enlace, formando su hogar con doña Leonor Taladríz, que iba a ser la abnegada compañera de los rudos años de lucha posterior.
En la República Argentina el proceso constructivo de la economía nacional tiene su base en la lucha silenciosa, perseverante y a menudo sacrificada de esos millares de laboriosos extranjeros que a fines del siglo pasado poblaron nuestro suelo, constituyéndose en una pujante y renovadora corriente de energía que iba a ser el el paso inicial de un ciclo de extraordinario progreso.
Hombres modestos, venidos desde los más lejanos rincones del mundo con el tesoro de una voluntad inquebrantable y arraigadas costumbres de trabajo, fueron el firme basamento sobre el que, paso a paso, se fue afianzando la evolución económica y social del país, que desde ese momento se incorporaba al concierto de los pueblos que se destacaban por su pujante desarrollo y la inagotable fuente de su riqueza.
De entre esos grupos humanos que tan profunda transformación operaron en nuestra incipiente nacionalidad, los originarios de la madre patria se distinguieron por su amor al trabajo y su inquebrantable tenacidad. En la agricultura y la ganadería, en el comercio y en la industria, y en los mil aspectos del engrandecimiento de un pueblo, la energía hispana fue marcando jalones de progreso, ya con el esfuerzo silencioso pero no por eso menos fecundo, ya con brillantes iniciativas de esas que exigen capacidad y condiciones para ser concebidas y finalizadas con éxito.
El partido de Juárez como todos los rincones del país, contó también con el concurso de la inagotable energía española y apenas alejado el peligro del salvaje, sus campos se fueron poblando por osados luchadores que buscaban en las dilatadas campiñas argentinas la posibilidad de llevar a la práctica sus sueños de progreso. Eran hombres que intentaban la conquista del porvenir por el camino del trabajo honrado, dispuestos a poner en la lucha todo el caudal de sus energías inagotables.
Entre ellos llegó a nuestras tierras halla por el año 1885 don Luciano Taladríz, que iba a ser el origen entre nosotros de un apellido de sólido prestigio, estableciéndose en el partido de Necochea. Del origen más humilde - pertenecía a una familia de pastores de la provincia de León - llegaba hasta las tierras de América a la edad de 24 años, dispuesto a enfrentar de lleno la lucha por la vida.
Sus comienzos fueron duros por su desconocimiento del rudo del rudo ambiente de la época, pero pronto se amoldó a él, dedicándose al cuidado de ovejas en el partido de Necochea, en calidad de puestero. Hombre metódico trabajador y perseverante, el raro equilibrio de esas condiciones básicas pronto le permitió orientarse con provecho, vislumbrándose desde el principio que sus esfuerzos iban a tener la recompensa merecida. De tal manera cinco años después de su llegada, en 1890, se iniciaba por su cuenta trabajando con hacienda lanar. Este aliciente le animó a dar un paso de trascendencia de vida y el el año 1892 volvió a su tierra natal para contraer enlace, formando su hogar con doña Leonor Taladríz, que iba a ser la abnegada compañera de los rudos años de lucha posterior.