I PARTE DE LUCERITO
BUENO, BUENO. Estoy perplejo, apabullado y “pasmao”.
Veo que ninguno de los protagonistas de la historia de nuestra mascota (el burro de Teresa) dice esta boca es mía, y que incluso el Presi trata de pasar de puntillas sobre este turbio asunto y con un simple “nos lo bajaron los de Transporte Omaña” pretende soslayar el tema.
Pero la verdad siempre sale a relucir y al final todo se sabe. Y yo me he enterado de todo y os diré que la historia del Coche de Línea no fue una invención: Fue cierta.
Si estáis interesados en saber lo que realmente pasó acercaros aquí al fuego y el último que cierre la puerta que hay corriente.
Pero ¡ojo!, que yo no estaba allí, que yo hablo de oídas, porque uno de sus protagonistas, del que no puedo desvelar aquí su nombre (al parecer hicieron un pacto de silencio), ha sido quien me ha contado los hechos y yo voy a ser fiel al ese relato.
Según me contó, todo comenzó después de cerrar el trato con un gitano de las Ventas. Como ya era cerca de las dos de la tarde, nuestros amigos convencieron a Lupina, que era la del dinero, para irse todos a comer y celebrar el negocio cargando el coste de la comida a la cuenta del animal. Así que todos juntos se fueron a la plaza de Riello y en el bar que esta allá abajo, en la esquina, pidieron el menú del día y después, contagiados del ambiente feriante, finalizaron la comida con café, copa y farias. Incluso Lupina, que nunca bebe alcohol, se animó a pedir un chupito de orujo de hierbas. Ya sabéis lo que les pasa a las personas que no están acostumbradas a beber, que al primer sorbo notan una flojera en brazos y piernas, una desgana, una galbana que les imposibilita moverse y mucho menos darse una caminata desde Riello a Canales a las 3 de la tarde con el sol en pleno apogeo. No creáis que los chicos estaban en mejor situación que ella. Mientras trataban de encontrar la manera de llegar con el burro a Canales con el menor esfuerzo, llegó el Coche de Línea, (conducido por Emiliano el de Barrios, que habitualmente hacia la línea León—Caboalles por Babia, que ese día, para su desgracia, había cambiado la ruta con el compañero que la hacia por Omaña) que transportaba en ese momento 8 viajeros: 4 de Murias, 3 de Vegarienza y uno de Guisatecha y paraban un momento a tomar un café y cargar otros dos pasajeros de Riello. Hete aquí, que a la vista de la penosa situación en la que se encontraban, se le ocurre al mi José Ángel la genial idea de que entre todos podían tapar al pobre Lucerito y meterlo en el Coche de Línea sin que se diera cuenta el conductor. Parecioles bien a todos y unos fueron a recolectar zanahorias a un huerto cercano, otros a recoger el pollino y José Ángel se llegó a un tendal a mangar un trapo blanco, (lo más adecuado que encontró fueron unas gigantescas bragas), con las que camuflar las orejas del asno. Y mientras los viajeros subían y ocupaban los primeros asientos y Juan distraía a Emiliano comprando los billetes para los “siete” amigos, José Ángel y Toño en la puerta de atrás empujaban el burro por las posaderas; el otro Toño y Luis Ángel, desde dentro, tiraban de él por las orejas y Lupina lo tentaba con un manojo de zanahorias, intentando apagar un ataque de risa; dado que al burro lo habían tenido los gitanos sin comer desde el día anterior, no les fue muy difícil
BUENO, BUENO. Estoy perplejo, apabullado y “pasmao”.
Veo que ninguno de los protagonistas de la historia de nuestra mascota (el burro de Teresa) dice esta boca es mía, y que incluso el Presi trata de pasar de puntillas sobre este turbio asunto y con un simple “nos lo bajaron los de Transporte Omaña” pretende soslayar el tema.
Pero la verdad siempre sale a relucir y al final todo se sabe. Y yo me he enterado de todo y os diré que la historia del Coche de Línea no fue una invención: Fue cierta.
Si estáis interesados en saber lo que realmente pasó acercaros aquí al fuego y el último que cierre la puerta que hay corriente.
Pero ¡ojo!, que yo no estaba allí, que yo hablo de oídas, porque uno de sus protagonistas, del que no puedo desvelar aquí su nombre (al parecer hicieron un pacto de silencio), ha sido quien me ha contado los hechos y yo voy a ser fiel al ese relato.
Según me contó, todo comenzó después de cerrar el trato con un gitano de las Ventas. Como ya era cerca de las dos de la tarde, nuestros amigos convencieron a Lupina, que era la del dinero, para irse todos a comer y celebrar el negocio cargando el coste de la comida a la cuenta del animal. Así que todos juntos se fueron a la plaza de Riello y en el bar que esta allá abajo, en la esquina, pidieron el menú del día y después, contagiados del ambiente feriante, finalizaron la comida con café, copa y farias. Incluso Lupina, que nunca bebe alcohol, se animó a pedir un chupito de orujo de hierbas. Ya sabéis lo que les pasa a las personas que no están acostumbradas a beber, que al primer sorbo notan una flojera en brazos y piernas, una desgana, una galbana que les imposibilita moverse y mucho menos darse una caminata desde Riello a Canales a las 3 de la tarde con el sol en pleno apogeo. No creáis que los chicos estaban en mejor situación que ella. Mientras trataban de encontrar la manera de llegar con el burro a Canales con el menor esfuerzo, llegó el Coche de Línea, (conducido por Emiliano el de Barrios, que habitualmente hacia la línea León—Caboalles por Babia, que ese día, para su desgracia, había cambiado la ruta con el compañero que la hacia por Omaña) que transportaba en ese momento 8 viajeros: 4 de Murias, 3 de Vegarienza y uno de Guisatecha y paraban un momento a tomar un café y cargar otros dos pasajeros de Riello. Hete aquí, que a la vista de la penosa situación en la que se encontraban, se le ocurre al mi José Ángel la genial idea de que entre todos podían tapar al pobre Lucerito y meterlo en el Coche de Línea sin que se diera cuenta el conductor. Parecioles bien a todos y unos fueron a recolectar zanahorias a un huerto cercano, otros a recoger el pollino y José Ángel se llegó a un tendal a mangar un trapo blanco, (lo más adecuado que encontró fueron unas gigantescas bragas), con las que camuflar las orejas del asno. Y mientras los viajeros subían y ocupaban los primeros asientos y Juan distraía a Emiliano comprando los billetes para los “siete” amigos, José Ángel y Toño en la puerta de atrás empujaban el burro por las posaderas; el otro Toño y Luis Ángel, desde dentro, tiraban de él por las orejas y Lupina lo tentaba con un manojo de zanahorias, intentando apagar un ataque de risa; dado que al burro lo habían tenido los gitanos sin comer desde el día anterior, no les fue muy difícil